ENTRE LO CORPORAL Y LO DISCURSIVO
En todo cine que construye ficciones situadas en momentos o lugares con fuertes resonancias políticas, siempre existen tensiones entre los núcleos narrativos y la visión socio-política (que a veces puede adquirir características partidarias) que se pueda construir desde la puesta en escena. Ahí surgen tantas oportunidades como riesgos. Candelaria aprovecha unas cuantas de las primeras pero también cae en unos cuantos de los segundos.
El film colombiano, dirigido por Jhonny Hendrix Hinestroza, se sitúa en La Habana, en 1994, en los comienzos del llamado “Período Especial”, cuando Cuba, tras la caída de la Unión Soviética y el recrudecimiento del embargo por parte de Estados Unidos, había entrado en una depresión económica que repercutía fuertemente en las condiciones de la población. El relato se centra en Candelaria y Víctor Hugo, una pareja de ancianos que continúan viviendo juntos por pura costumbre y rutina, ya que no ven otras opciones dentro de un marco de notoria pobreza. Sus respectivas existencias están marcadas por la monotonía, yendo de la casa al trabajo y del trabajo a casa, hasta que ella encuentra una cámara de video en las sábanas del hotel donde es empleada.
Ese pequeño hallazgo, totalmente casual, terminará ejerciendo un gran cambio en la vida de ambos: el uso de la cámara, desde el juego y la observación, irá posibilitando progresivamente un redescubrimiento mutuo y hasta un resurgimiento del amor y el deseo que en un momento supo unirlos. Cuando la película se centra en este proceso, al que trabaja paciente y pausadamente, es cuando adquiere mayor riqueza, por cómo construye climas e identidades desde lo corporal, el poder de la mirada y claro, la capacidad del dispositivo cinematográfico como vaso comunicacional de los protagonistas. En esos pasajes, Candelaria es un film verdaderamente romántico, que encima se permite, con total soltura, trabajar la sexualidad de dos sujetos que, aún envejecidos y pobres, continúan deseando.
Donde la película exhibe limitaciones es cuando debe ensamblar sus ejes dramáticos con el retrato de una Cuba al borde del precipicio, en la que empezaban a quedar claros los límites -no sólo económicos, sino también morales y hasta culturales- del proyecto político castrista. Los discursos de Fidel Castro que se escuchan muchas veces de fondo pueden funcionar inicialmente como recurso discursivo, pero termina agotándose, y algunas secuencias -como la venta forzada de una joya- caen en una notoria remarcación, con frases altisonantes que en vez de sumar, restan a lo que se está contando.
Candelaria es una película que transmite mucha más complejidad desde el lenguaje de los cuerpos, las miradas, los silencios y hasta la puesta en escena de los objetos, pero que se obliga a sí misma a establecer una posición ideológica desde el habla. Es en esto último donde falla, aunque eso no le impide hilvanar un relato por momentos conmovedor, con dos personajes tan imperfectos como entrañables.