Si leo con placer esta frase, esta historia o esta palabra es porque han sido escritas en el placer (…) Pero ¿y lo contrario? ¿Escribir en el placer, me asegura a mí, escritor, la existencia del placer de mi lector? De ninguna manera. (El placer del texto, Roland Barthes)
Se suele desestimar con facilidad una película porque es “aburrida”. Tal aburrimiento usualmente está vinculado a que la trama carece de interés para el espectador o porque la película es lenta. Y en estos casos, quienes responden dejan muy en claro que la falla es del film, nunca de uno mismo. Se necesitarían varios párrafos para detenernos en la imagen del aburrido, un ser que pareciera no tener más destino que la inercia sin ánimos. Y es un error además asumir que si a alguien le aburre una obra, será porque quien la hizo estaba aburrido al momento de crear tal producto.
Ahora, cuando el espectador dice “tal película me aburrió”, confiesa frontalmente la verdadera falla del proceso: uno mismo. Por diversas condiciones que van desde el ánimo hasta la ignorancia, un film puede ser impertinente para un espectador en un momento dado y, en otro, venir como anillo al dedo, incluso a pesar de sus falencias. Escoger una película es un acto de azar, aún para quienes gustan de conocer todos los detalles de la historia antes de verla.
En este punto, hay que reconocerlo: hacer una introducción así para cualquier película no puede ser prometedor. Pero si de algo sale victoriosa Candomberos es de dos cosas. Por un lado, se exime de sus propias preconcepciones iniciales sobre cómo abordar el documental. Las llamadas “cabezas parlantes” en este caso son músicos que ven el hecho artístico de una manera más vivencial y, dentro de las entrevistas, hay sorpresas como uno que toca el candombe mientras habla para ejemplificar los distintos ritmos que pueden surgir de un solo instrumento.
Por otro lado, está la certeza de que, teniendo tantas situaciones para mostrar, si surge el aburrimiento en alguna escena, queda constatado que es por falla del espectador, quien no está en sintonía con lo visto. La película pasa de una perspectiva histórica del surgimiento del candombe en Uruguay, a los ensayos actuales en el barrio de La Boca, sin dejar a un lado las palabras de músicos e historiadores que viven y piensan este género desde muchos aspectos de su vida: la creación de los tambores, las comparsas y encuentros entre los músicos.
El documental explora así un modo de vida que, de no ser por esta obra, no podríamos conocer sino por fragmentos en YouTube. Si es cierto que el aburrimiento proviene de un miedo al vacío, el registro de esta vida otra nos acerca a un mundo donde la música es consustancial con el resto de los elementos. Donde ya el mar es música, como decía uno de los entrevistados aludiendo a los orígenes del candombe en Uruguay. Y hay veces que esto es más importante que la cadencia parsimoniosa de una película, de su abordaje tradicional o de su progresión irregular.