Candyman

Crítica de Jesús Rubio - La Voz del Interior

Nadie en su sano juicio se atrevería a pronunciar cinco veces el nombre de Candyman frente a un espejo para invocarlo. Eso lo sabemos desde 1992, cuando se estrenó la primera película del fantasma afroamericano con garfio en una mano y abejas alrededor, basada en el homeless sobrenatural creado por Clive Barker.

Con Nia DaCosta en la dirección, y el respaldo en el guion y en la producción de Jordan Peele, esta secuela directa de aquella leyenda urbana retoma su espíritu marginal y sorprende por su contundente reinterpretación del mito. Candyman se concentra en el mensaje político, furibundo y violento, sin descuidar el manejo de subgéneros como el slasher, el body horror y el thriller urbano, ejecutados con pulso y audacia.

Después de un prólogo que se remonta a la década de 1970, cuando nace la leyenda en el barrio Cabrini Green de Chicago, la película se ubica en la actualidad para contar la historia de Anthony McCoy (Yahya Abdul-Mateen II), un artista plástico que vive con su novia Brianna Cartwright (Teyonah Parris), directora de una galería de arte, en un lujoso departamento del remodelado Cabrini.

El detalle del lugar no es menor, ya que los edificios tipo monoblocks donde nació Candyman fueron creados para separar a la comunidad negra del resto de la ciudad. De esta manera, la película instala el tema de la gentrificación como una forma solapada de la marginación social.

Candyman continúa la línea del terror con trauma racial de Jordan Peele, quien acompaña a la directora para que se luzca con una película que cuida al detalle los planos, sin distraerse en destrezas formales superfluas. Los novedosos juegos de espejos y las afiebradas duplicidades autoperceptivas, que son una acertada decisión de puesta en escena, la emparentan con Nosotros, la anterior película de Peele.

El filme logra un efecto terrorífico y sobrecogedor, desprovisto de oportunismo coyuntural. Y plantea un personaje como símbolo de una fuerza sobrenatural que viene a cobrar venganza por toda la violencia sufrida en la comunidad afroamericana. El fantasma como inconsciente colectivo corporizado en una figura grotesca que mata de la manera más sangrienta.

La clave está en que se cuenta el revés de la trama. De hecho, la película empieza con los logos de la Universal y la MGM vistos de atrás para adelante, como si nosotros, los espectadores, estuviéramos ubicados detrás del espejo. Es decir, como si fuéramos el mismo al que no conviene nombrar por quinta vez.