Candyman

Crítica de Martín Goniondzki - Cinéfilo Serial

En 1992 se estrenaba «Candyman» de Bernard Rose, basada en un cuento de Clive Barker. El film de bajo presupuesto fue un éxito moderado que luego alcanzó un status de culto en el circuito de video hogareño. Por ese entonces, «Candyman» le dio una especie de aire fresco al slasher que había sido tan popular durante los ’80 y que había entrado en una especie de declive llegando al final de década, una pequeña revitalización que continuaría años más tarde «Scream» (1996) de Wes Craven. La película de Bernard Rose tuvo dos secuelas que no pudieron conseguir la originalidad de la entrega original y medio que la saga quedó ahí juntando polvo en un estante.

Debido a la falta de ideas reinante en la industria hollywoodense era de esperar que un producto tan atractivo tuviera su «revival». Así como «Halloween» tuvo su reinicio hace unos años (y dentro de unas semanas tendremos la secuela de dicho reboot), acá le llegó la hora a «Candyman», aquel mítico personaje que hizo famoso Tony Todd con su interpretación. Incluso podríamos decir que el film de Nia DaCosta busca seguir exactamente los mismos pasos de «Halloween», ya que este relanzamiento compone una continuación directa del film original, desconociendo o ignorando al resto de las secuelas. Esta secuela/reboot o soft reboot presenta algunas ideas interesantes que buscan explorar el costado más atractivo de la leyenda urbana de «Candyman» para actualizarla y llevarla a los tiempos que corren. La cuestión racial, la gentrificación, la brutalidad y la discriminación policial, al igual que una profunda crítica al mundo del arte, son algunos de los tropos que busca trabajar este largometraje, que enriquecen la experiencia y llevan este producto un poco más allá, ya que son temas que se encuentran muy a flor de piel en la sociedad norteamericana actual.

Obviamente, que hay cuestiones que ya estaban sugeridas y trabajadas tanto en el material literario que originó esta saga como en el film de 1992, lo cierto es que en esta oportunidad son llevados con una mirada más empática, con un protagonista afroamericano (a diferencia de la obra original protagonizada por Virginia Madsen) y con una necesidad de inmediatez mayor que la que reinaba en los ’90. Todo esto fue posible gracias a la fresca mirada de la joven directora Nia DaCosta y la visión del productor y guionista del largometraje Jordan Peele («Get Out», «Us»), uno de los realizadores más interesantes que dio Hollywood en los últimos años y que también trabajó en la temática de la violencia racial en EEUU. Con todo esto como antecedente, la expectativa era bastante grande y el resultado, aunque es más que digno, denota cierta preocupación en dejar subrayado su tópico, cosa que a fin de cuentas parece subestimar al espectador.

A breve modo de introducción al film, sin caer en la tendencia «reseñista» de la crítica actual, el film se sitúa en Chicago, exactamente en el mismo barrio que la historia original. Cabrini Green, que era un distrito bastante pobre de la ciudad, comenzó a ser parte de la gentrificación que sufren muchos de los barrios y sectores de las ciudades estadounidenses, como una especie de tendencia empezada por los artistas que se mudan a dichos lugares debido a los bajos costos de las viviendas. Una década después de que la última torre de los proyectos de Cabrini fuese derribada, el artista visual Anthony McCoy (Yahya Abdul-Mateen) y su novia Brianna Cartwright (Teyonah Parris), se mudan a un lujoso departamento de un barrio ahora irreconocible. Allí el artista comenzará a investigar y descubrir la historia del famoso (ahora olvidado) asesino del gancho en la mano, que era invocado repitiendo su nombre 5 veces frente al espejo.

El film de 90 minutos, se toma casi un tercio de duración para introducir el tema, el lugar y sus personajes, algo que hace que se sienta largo, ya que para cuando empieza la trama principal, luego se vuelve todo muy apresurado y caótico. Asimismo, es sabido que el terror es uno de los géneros más propicios para construir una narrativa que dialogue con temas reales, pero aquí el trazo grueso y la obviedad de algunos momentos (especialmente el final de la película) le quitan peso a una historia con buenas premisas e intenciones, al igual que a una dirección más que lograda de Nia DaCosta con algunas ideas visuales muy interesantes.

«Candyman» es una película que parece quedarse a mitad de camino entre lo obvio y lo necesario, entre las buenas ideas y las trilladas. Un film que resulta más interesante que lo que hemos visto últimamente dentro del género gracias a una interpretación sólida de Yahya Abdul-Mateen y una clara visión de Nia DaCosta en la dirección.