«Héroes eran los de antes» podríamos decir al ver la quinta película protagonizada por el personaje pergeñado por George Lucas e inmortalizado por Harrison Ford. De hecho, tan distorsionado y explotado está el modelo del héroe moderno con la pasada década dominada por los superhéroes y los personajes de los comics, que se perdió un poco el interés por el clásico llamado a la aventura. Quizás sea por la escala que llevan estos relatos y la enormidad que plantean los conflictos que estos individuos deben enfrentar, pero también hay algo con la familiaridad de lo que vemos, los lugares comunes que se atraviesan y la falta de originalidad en el ámbito del mainstream actual. George Lucas había escrito en los ’70, un personaje y una aventura clásica que buscaba emular los seriales que se exhibían en los cines, en los años ’30 y ’40, llevando el concepto a la modernidad y creando un héroe mítico que no dudaba ni un segundo a la hora de encarar una nueva búsqueda. Básicamente, Lucas buscaría repetir lo mismo que había conseguido con «Star Wars» (1977), aunque con un héroe más terrenal si se quiere. El bueno de George comenzó a desarrollar el concepto con Philip Kaufman y decidieron encarar el relato con el Arca de la Alianza como el primer gran tesoro a descubrir por el protagonista. Luego por diversos motivos (entre ellos, Kaufman se fue a escribir otra película), Lucas terminó comentándole sobre el nuevo proyecto a su amigo Steven Spielberg, quien amó inmediatamente la idea y se sumó como director a la propuesta. El resto es historia. «Indiana Jones» se convirtió en una de las películas de aventuras más icónicas de los ’80, y por qué no de todos los tiempos, comprendiendo un éxito tanto en lo comercial como en lo referente a la crítica. El concepto no era nada que no hayamos visto antes, un claro ejemplo de El viaje del Héroe, aquel esquema narrativo popularizado por Joseph Campbell, que describió muy acertadamente en su libro «El Héroe de las Mil Caras». No obstante, la fuerza del personaje protagónico, la frescura del guion de Lawrence Kasdan en aquella primera película, un impecable trabajo de dirección de Spielberg, así como también una de las melodías más recordadas de John Williams, hicieron que todo se sienta como algo novedoso y sumamente entretenido. En las secuelas se siguió con la tendencia de la implementación del MacGuffin de turno para que Indy siguiera aceptando el llamado a la aventura, llevándolo por destinos exóticos y descubriendo tanto nuevos adversarios como ayudantes. Los 12 principales pasos del camino del héroe seguían vigentes. Probablemente, la cuarta entrega del profesor de historia y arqueólogo más famoso del mundo, haya sido la menos estimada por los fans por ser la menos estilizada y la más inverosímil de todas, pero eso no quitó que no se hablará de una quinta entrega que tardó varios años en materializarse. 2023 fue finalmente el año en donde «Indiana Jones and the Dial of Destiny» llegó a la pantalla grande con un Harrison Ford octogenario y con lo que parece ser hasta el momento la despedida definitiva del personaje (al menos de momento hasta que el estudio seguramente designe un sucesor). Ya sin Spielberg tras las cámaras, James Mangold («Ford vs Ferrari», «Logan») fue el director encargado de continuar con el legado del Dr. Jones quien también participó de la escritura del guion junto a Jez Butterworth y John-Henry Butterworth, la dupla con la que ya había trabajado en la película sobre la mítica carrera de Lemans. En esta oportunidad, nuestro héroe deberá emprender otra aventura a contrarreloj para recuperar un legendario Dial creado por Arquímedes que parece poseer la capacidad de que su usuario viaje en el tiempo. Obviamente, la tarea no será para nada sencilla y deberá enfrentarse contra Jürgen Voller (Mads Mikkelsen), un ex oficial nazi que busca alterar el curso de la historia y prevenir la caída del tercer Reich. Indy estará acompañado por su ahijada, Helena (Phoebe Waller-Bridge), quien servirá como su principal ayudante en esta ocasión. Nuevamente la historia emplea el uso del MacGuffin del título para hacer avanzar la trama y llevar al personaje de Indiana a su última aventura. El film busca explotar la nostalgia, muy habitual en estos últimos tiempos de revivals y reboots, pero sin ser algo realmente fastidioso sino rindiéndole homenaje a la saga creada por Lucas y Spielberg. No obstante, puede que esta entrega se sienta como algo más convencional y genérica, siguiendo la fórmula de principio a fin. El largometraje es entretenido y posee algunas secuencias bastante ingeniosas que resguardan muy bien a Ford de su escasa movilidad, apoyándose en persecuciones en vehículos, caballos, aviones, trenes. Mangold hace un buen trabajo en ese sentido, pero obviamente está muy lejos de lograr ese sello autoral que tiene Spielberg, que dejó marcado a fuego en la saga del arqueólogo más famoso del mundo. Quizás lo que le falta a la película es ese plus o esa magia que justamente tenía la trilogía original y que estaba dado en la puesta de cámara de Spielberg, en su forma de presentar a los personajes y de yuxtaponer las secuencias de acción con momentos realmente cómicos y coreografías bastante originales. Aún así la película logra entretener a lo largo de sus extensos 154 minutos de duración, honrando el legado mediante la búsqueda de un artefacto novedoso, un villano despiadado muy bien interpretado por Mikkelsen y una excelente ayudante con Waller-Bridge que derrocha simpatía y carisma. Asimismo, el prólogo inicial en el pasado con un Indiana Jones rejuvenecido por CGI, que por momentos se ve un poco polémico, pero sale airoso, resulta ser lo bastante interesante como atrapar desde el comienzo y sumergirte de lleno en este regreso. Mangold en definitiva es un buen narrador y consigue que el espectador se compenetre con lo que está viendo, el único problema es que no posee la maestría de Spielberg, y el guion tampoco parece ser lo suficientemente inteligente como para no caer en algunos traspiés que pudimos ver en «La Calavera de Cristal». Aun así, los amantes de esta saga podrán presenciar un cierre digno para este querido personaje.
El director surcoreano responsable de gemas como «Oldboy» (2003) y «La Doncella» («The Handmaiden» – 2016) nos trae otra de sus habituales propuestas irresistibles. En esta oportunidad, se trata de un thriller policial que poco a poco se va convirtiendo en una poderosa y sentida historia de amor. «Decision to Leave» es la vuelta a la pantalla grande de Park Chan-wook tras 6 años. En el medio tuvo un breve paso por la TV con la miniserie británica «The Little Drummer Girl» (2018) que adaptaba una novela de John Le Carré. En esta oportunidad, el largometraje que nos propone se centra en un veterano detective Hae-Joon (Park Hae-il), que se refugia en su trabajo al tener un matrimonio en crisis que lo espera en su casa. Hae-Joon investiga la sospechosa muerte de un hombre que cayó desde lo alto de una montaña. Tras comenzar a indagar, el detective sospecha de la esposa del difunto, una enfermera e inmigrante china Seo-rae (Tang Wei), a quien empieza a vigilar de cerca y seguir en su rutina. A medida que Hae-Joon se acerca más a ella, comienza a sentir una atracción que pondrá patas para arriba tanto su vida personal como la profesional. Park Chan-wook demuestra ser un hábil narrador sumergiéndonos de lleno en la vida del protagonista, viéndonos seducidos e incluso emparentados con su punto de vista. El relato va desarrollándose a paso lento, pero de manera intrigante y motivada. Por momentos, pareciera que nos encontramos ante un neo-noir con sus clásicos mecanismos y sus arquetipos, y cuando menos nos lo esperamos pasamos a un melodrama infalible igual de atractivo. El director sabe muy bien cómo sorprender al espectador y manipularlo continuamente llevándolo de un género al otro. Probablemente estemos ante un thriller más contenido e incluso intimista si lo comparamos con cualquiera de sus obras anteriores (especialmente las que componen la trilogía de la venganza) pero lo que sí no falta es la habitual sobreabundancia de ideas del realizador surcoreano, así como también sus usuales giros sorprendentes alejados del puro efectismo hollywoodense y más de acuerdo con su estilo característico y la idiosincrasia de las producciones coreanas. «Decision to Leave» podrá sentirse un poco extensa producto de todas las temáticas que quiere abarcar, pero aun así es otro paso firme dentro de la filmografía de Park Chan-wook. Una de esas películas de visión obligatoria que escasean en esta época de fórmulas probadas y secuelas a mansalva.
Las biopics musicales son parte de otro subgénero muy explotado en la actualidad que está llegando al borde del agotamiento. En los últimos años hemos visto varios intentos por llevar la vida de artistas destacados a la pantalla grande, con grandes desaciertos como «Bohemian Rhapsody» (2018), «The Dirt» (2019) y la reciente «I Wanna Dance with Somebody» (2022), y otros intentos algo más logrados como «Rocketman» (2019) y «Elvis» (2022). En el medio hubo un montón de ejemplos más que no lograron trascender demasiado ni homenajear a las figuras que representaban. Lo cierto es que al igual que está pasando con las películas de superhéroes, la enorme cantidad que recibimos últimamente de estos tipos de relatos sumados a la familiaridad de temas que abordan y las estructuras narrativas que repiten hasta el hartazgo logran fatigar al espectador. «Disco de Oro» («Spinning Gold» en su título original) tenía el potencial de ser algo distinto, pero lamentablemente terminó cayendo en la misma bolsa de lugares comunes del género, logrando agregar poca novedad a la cuestión. El largometraje narra la vida de Neil Bogart, un músico frustrado devenido en productor musical que fue el fundador de Casablanca Records en 1974, una de las compañías discográficas independientes más exitosas de todos los tiempos. A dicho sello se le atribuye el descubrimiento y cuidado de algunas de las mayores estrellas de la música. KISS, Parliament, Donna Summer y The Village People son sólo algunos de los grupos y cantantes que estaban en la lista de Casablanca, contribuyendo bastante a la escena musical y al sonido de los años 70. Timothy Scott Bogart, hijo del productor a quien retrata en la película, busca contar las idas y vueltas de Neil, sus miles de intentos antes de lograr el éxito, la fama y la fortuna. No obstante, el principal problema de la película radica en que usa exactamente los mismos ejes temáticos y clichés que la mayoría de las películas del estilo. Un joven que proviene de una familia humilde busca triunfar en una industria impiadosa, se enamora e intenta formar una familia con «la mujer de su vida» Beth (Michelle Monaghan), pretende alcanzar el sueño americano, prueba mil veces y entra en círculo de deudas y drogas, conoce a otra mujer que pone en jaque su vida familiar, alcanza el éxito, etc. Por otro lado, la mirada benevolente y condicionada del director llevan a que se construya un relato sensible pero sumamente partidario y condescendiente con la figura de su padre. Asimismo, el film incurre en la inclusión de varios personajes, tales como los socios del productor, sus familiares y los artistas a los que representa y no se termina de profundizar lo suficiente en las subtramas de ellos más allá de tener el tiempo como para hacerlo (137 minutos). De hecho, el segundo acto se torna algo repetitivo mostrando los diversos y reiterados fracasos del personaje principal pero no se ahonda en la deuda que tiene con la mafia, los problemas de sus colegas o incluso no se terminan de acentuar sus temas familiares. Los conflictos se terminan abordando de forma superficial para terminar de construir la búsqueda de ese sueño americano que tanto sugiere desde el inicio. Probablemente hubiese sido más original y hasta acertado seguir con el tono de la primera secuencia donde se insinúa que podríamos estar ante un musical, pero después termina cayendo en la pereza del drama biográfico estereotipado. «Disco de Oro» tiene una historia interesante (y algunas buenas ideas) detrás pero no termina de materializarse debido a la gran cantidad de lugares comunes que posee. Jeremy Jordan logra redondear un gran trabajo como el protagonista de la película, al igual que sus colegas en los roles secundarios, aunque en líneas generales la película termina sintiéndose algo indulgente y anodina. Solo queda la música que celebra y algunos momentos atractivos con los artistas responsables de esas canciones tan icónicas de los 70.
Nadie hubiese imaginado allá por 2001, que una película basada libremente en un artículo de la revista Vibe iba a llegar a tener un éxito rotundo como para convertirse en una saga millonaria con 10 entregas, un spin-off y varios proyectos en desarrollo para su continuación. Obviamente estamos hablando de «Rápido y Furioso» que hace una semana estrenó «Rápidos y Furiosos X» («Fast X» en su título original). Dominic Toretto y sus allegados/familia vuelven para enfrentar una amenaza imposible de esas a las que tanto nos tiene acostumbrados la saga. Esta vez, el adversario está vinculado con el pasado de los personajes, más precisamente con la quinta parte («Fast Five») con el hijo de Reyes, Dante, (Jason Momoa) en busca de venganza. Más alla de todas las licencias y arbitrariedades que presenta la saga tuerca más famosa del cine, cabe destacar que esta conexión con la película de 2011, a pesar de ser algo caprichosa, tiene cierta lógica ya que dicha película fue el punto de quiebre de la saga, cuando básicamente pasó a ser un film (o una saga) de carreras callejeras a películas de acción del estilo de James Bond con intrigas internacionales, agencias de inteligencia de todas las latitudes y otras tantas cuestiones que llevaron el relato a reconvertirse en otra cosa. Incluso algunas de las películas tienen toques de heist movies con los distintos personajes planeando el robo de algún artefacto de suma importancia para preservar la normalidad a lo largo y ancho del globo. Es probable, que la necesidad de darle una vuelta al asunto fue para que justamente estos films comiencen a parecerse a otros que abundaban en la pantalla grande de aquel momento, siendo esto una decisión fundamental para que la saga termine siendo el monstruo que es hoy en día. Todo eso ocasionó que Toretto y su familia comiencen a tener características sobrehumanas al desafiar las leyes de la física y verse involucrados en secuencias de acción imposible que parecían más superhéroes que corredores de carreras. Varios de estos elementos son festejados por el fandom y funcionó hasta tal punto que en este largometraje incluso los personajes mismos son conscientes y remarcan la imposibilidad de algunas secuencias (la charla entre Aimes personificado por Alan Ritchson y Tess la agente que interpreta Brie Larson). Después de ver que algunos personajes viajan al espacio en la novena película quedó más que establecido que relato a relato el verosímil se va estirando y torciendo cada vez más, haciendo que sea esperable ese espectáculo pirotécnico, cada vez más pomposo y exacerbado. No obstante, la trama cuasi telenovelesca de la película anterior con la presencia de un hermano que nunca fue mencionado a lo largo de los 20 años de la franquicia (junto a las malas críticas) probablemente hicieron que un cambio en la dirección sea motivado y hasta esperable. El francés Louis Leterrier, responsable de las primeras dos películas de «El Trasportador» parece ser la opción más acertada parta continuar la línea de Justin Lin, ya que es un director que está bastante familiarizado con el género y la elaboración de creativas secuencias de acción. Las secuencias de «Rápidos y Furiosos X» son trepidantes y logran estar a la altura de las mejores de la saga. Obviamente, este largometraje sigue teniendo deux ex machinas por todos lados, resurrecciones imposibles y otras cosas bastante cuestionables desde lo narrativo, pero conformando parte de la marca registrada de la franquicia. Lo que sí logra esta película a diferencia de sus predecesoras es la sensación de que la amenaza en esta oportunidad es mayor y que los personajes principales están verdaderamente en peligro. Esto es gracias al villano de turno compuesto por Momoa que se destaca por su histrionismo y por su tono entre amenazante y jocoso, cosa que lo vuelve más aterrador. La escena en la que su personaje está hablando con dos cadáveres mientras les pinta las uñas es de una oscuridad tremenda para la saga y nos remite un poco al Joker de Batman. Por otro lado, en diversos momentos parece estar en sintonía con el Jack Sparrow de Johnny Depp en su forma de desenvolverse y gesticular. A Momoa se lo nota cómodo con el rol y es un acierto dentro de un elenco donde varios de sus intérpretes no se destacan por sus roles actorales (a Diesel se lo muestra acartonado, al igual que a Gibson y Ludacris, y reamente se nota una diferencia cuando aparecen en pantalla actores destacados como Statham, Charlize Theron o Hellen Mirren a pesar de sus breves intervenciones). En síntesis, «Rápidos y Furiosos X» es probablemente más de lo mismo de lo que se viene viendo a lo largo de toda la saga llevando la espectacularidad incluso a un nivel más alto. Es difícil pedirle algo nuevo a una saga que está en su décima aventura, no obstante, es igualmente destacable que este gigante no esté basado ni en comics, ni en novelas ni en personajes preexistentes. Sí podemos cuestionarle que se siente como una historia inconclusa por la decisión de dividir el final en dos (o quizás tres) partes, al igual que la gran cantidad de personajes que tiene (más los que se van agregando) lo que hace que sea difícil mantener la frescura y la tensión a lo largo de todo el relato.
James Gunn se despide de Marvel Studios (al menos momentáneamente) para desarrollar el papel de arquitecto en el Universo Cinematográfico de DC, no sin antes terminar la trilogía de «Guardianes de la Galaxia» en un extenso pero emotivo capítulo final. Ya hemos escrito bastante sobre el agotamiento del cine de superhéroes y cómo esto empieza a reflejarse en los resultados en taquilla con las últimas producciones que llegan a la pantalla grande. El espectador promedio también empieza a sentirse agobiado con la gran oferta anual que parece mantenerse a pesar de los resultados recientes. Es por ello que el CEO de Disney anunció que iba a reducir el número de series y largometrajes por año para tratar de mejorar la calidad de las producciones. Quizás el problema, además de la gran cantidad y el poco descanso entre un film y el otro, sea que no se les da la suficiente autonomía o libertad a los directores para impregnarle su sello o personalidad a las historias que se desarrollan. Pocos realizadores han podido hacerle frente a la maquinaria de Marvel a la hora de dirigir los proyectos. Probablemente el caso de mayor éxito sea el de James Gunn, que en 2014 se hizo cargo de la primera adaptación de «Guardianes de la Galaxia» para la compañía del ratón. Allí se notó que hubo una especie de autonomía para desarrollar la película y no estaba la presión de otros relatos, ya que estos personajes eran bastante desconocidos para el público mainstream. Así fue como Gunn pudo delinear la creación de una ópera espacial que se alejaba un tanto del género super heroico para acercarse más a las películas de aventuras y ciencia ficción al estilo de «Star Wars». Asimismo, incorporó su humor sardónico y por momentos bastante simple/funcional al mismo tiempo que construía una banda sonora ecléctica compuesta por varios hits de los ’60 y ’70, que le daba un agregado que la destacaba por sobre el resto. Distinto fue el caso de «Guardianes de la Galaxia Vol. 2» donde Gunn vuelve a replicar la fórmula exitosa de la primera parte y la vuelve más bombástica y absurda, dando un capítulo simpático, pero sin la frescura de la primera parte. Ahora le llega el turno a la conclusión de esta trilogía que suena a una despedida momentánea de los personajes (al menos como grupo) hasta que a Marvel se le ocurra designar a un digno reemplazante para crear otras historias con ellos. En esta oportunidad, Gunn decide tirar toda la carne al asador y nos brinda uno de los capítulos más emotivos de los Guardianes con momentos tan logrados como conmovedores. La película se sitúa tiempo después de los acontecimientos de «Avengers: Endgame» (2019) con esta banda de inadaptados instalada en Knowhere, llevando una vida tranquila, aunque con un Peter Quill (Chris Pratt) deprimido porque la versión alternativa de Gamora (Zoe Saldaña) no recuerda absolutamente nada de su relación pasada. Sus vidas no tardan en verse alteradas cuando el turbulento pasado de Rocket (Bradley Cooper) vienen a poner en jaque a la banda. Quill deberá poner su cabeza en orden si quiere salvar la vida de su mejor amigo y al mismo tiempo preservar la existencia de los Guardianes. Esta tercera parte decide enfocarse en Rocket, en lugar de Star Lord como las dos anteriores, y no solo vuelve a darle cierta frescura al asunto, sino que además profundiza en el trasfondo de dicho personaje del cual no teníamos demasiada información en el pasado. Los Guardianes deberán salvarle la vida a Rocket que está al borde la muerte y defender al mapache de Adam Warlock (Will Pouter) y el Alto Evolucionador (Chukwudi Iwuji) que parecen decididos a cerrar con algunas cuestiones irresueltas del pasado que iremos viendo a medida que se desarrolla el relato con flashbacks desperdigados por todo el metraje. Más allá del buen pulso de Gunn como director, su impecable timing para los gags cómicos y su destreza visual a la hora de mostrarnos las creativas secuencias de acción que posee la película, uno de los aciertos del director es apoyarse en sus personajes, sus motivaciones (parece algo básico, pero no siempre sucede en estas películas de superhéroes), y sus conflictos tanto internos como externos. Si bien Rocket y Peter tienen sus grandes momentos de lucimiento, también habrá tiempo para desarrollar las inquietudes de Drax (Dave Bautista), Mantis (Pom Klementieff) y Nebula (Karen Gillan). A su vez, si bien puede resultar algo forzada la inclusión del personaje de Adam Warlock, el villano de turno compuesto por Iwuji es un digno oponente para la ocasión y viene a revertir un poco la tendencia de antagonistas enclenques. Por otro lado, tanto el diseño de producción, como el vestuario y una buena implementación del CGI contribuyen a crear este universo alucinante de planetas y criaturas diversas sin que las cosas parezcan falsas o deslucidas como en los más recientes relatos que dio Marvel. La banda sonora (en esta oportunidad agrega algunos temas de los ’90 y ’00) sigue siendo un componente esencial para la experiencia que propone la película y vuelve a ocupar un lugar preponderante. «Guardianes de la galaxia Vol. 3» es un digno cierre para la trilogía pergeñada por James Gunn. Si bien sobre el final se anticipa que algunos personajes volverán en un futuro, es probable que este equipo no vuelva a aparecer con la misma formación. El futuro de Marvel es incierto (más si vemos la falta de norte en su última fase) pero la realidad es que, si encuentran la forma de darle la soltura necesaria a sus directores para que desarrollen las historias que quieren contar, probablemente se encuentren con relatos como este donde el llamado a la aventura parece legítimo y motivado gracias a un fuerte apoyo en sus personajes, sus conflictos y en la emotividad que se desprende de ellos. Estos personajes imperfectos no buscan una forma vacía de salvar al universo, sino que buscan salvarse a ellos mismos (a sus amistades) y en ese microcosmos es donde terminan sacando la nobleza para salvar a los demás.
Tras nueve años de su última incursión cinematográfica («Relatos Salvajes»), Szifrón debuta en el mercado hollywoodense con un policial bastante oscuro, que se apoya mucho en sus personajes y en el minucioso trabajo del creador de «Los Simuladores» tanto en el guion como en la estilizada e impecable puesta en escena que propone. Si nos atenemos a la definición que aparece en el diccionario, Misántropo es aquel que le tiene aversión a tratar con otras personas, algo que viendo el film entendemos prácticamente desde su secuencia inicial y que tiene mucha mayor relevancia que su título anodino en inglés «To Catch a Killer». Gracias a algunos comentarios que deslizó el director de «Tiempo de Valientes» en entrevistas, el relato parece haber contado con algunos contratiempos en cuanto a producción, debido a la temática que trata y el momento convulsionado que atraviesa la sociedad norteamericana respecto a la violencia. Si a eso le sumamos la habitual dificultad de los directores internacionales que debutan en la meca del cine para imponer su visión en lo que buscan narrar y las presiones de los estudios para recuperar lo invertido, no es de extrañar que su experiencia no haya sido del todo agradable. Esto por supuesto no se condice con el resultado ya que nos encontramos ante un thriller policial más que sólido de esos que ya no abundan y que eran moneda corriente décadas atrás. El largometraje nos sitúa en la ciudad de Baltimore, en la noche de Año Nuevo. Los ciudadanos festejan en las calles y en sus casas observando un gran show de fuegos artificiales que iluminan la oscura y fría noche. En ese contexto, ocurre un feroz ataque producido por un francotirador que deja un saldo de 29 muertos y ni una sola pista en la escena del crimen. Eleanor Falco (Shailene Woodley), una introvertida y muy talentosa oficial de policía, es reclutada por el agente especial del FBI Geoffrey Lammark (el siempre fenomenal Ben Mendelsohn) para integrar el equipo a cargo de la identificación y captura del homicida. La secuencia que abre el film nos mete de lleno en el conflicto y nos introduce varias de las geniales ideas visuales que posee Szifrón y que irá construyendo a lo largo del relato junto con la maravillosa visión de Javier Juliá («Argentina 1985», «El Último Elvis»), director de fotografía que ayuda a erigir esa pesada atmósfera de Baltimore. Ahí queda marcado tanto la tensión como el tono que rodeará a la narración y que por momentos parece estar influida por el cine de David Fincher (especialmente «Zodiaco» y «Pecados Capitales») al igual que «El Silencio de los Inocentes» (1991) y el cine de Alan J. Pakula. La relación de agente experimentado versus la joven promesa que está dando sus primeros pasos, fue tratada hasta el hartazgo en el policial, no obstante, aquí cobra fuerza gracias a los interesantes intercambios que se dan entre Mendelsohn y Woodley, apuntalados por otro de los fuertes del realizador argentino, la dirección de actores. Woodley, que además oficia de productora, se calza al hombro el protagonismo y se pone de igual a igual con su experimentado partenaire en un rol bastante atractivo que viene a trabajar la visión de una calculadora agente que tiene algún que otro punto de relación con el estado psicológico del homicida. El guion de Szifrón junto al ignoto Jonathan Wakeham construye a fuego lento este juego del gato y el ratón que se ampara en la realidad de una fragmentada sociedad norteamericana, en la escalada de violencia producto de posesión libre de armas y también una crítica perspicaz al capitalismo salvaje imperante en EEUU. Por estas cuestiones no es de extrañar que la película no haya gustado tanto en su país de origen y que las críticas se hayan quedado en la superficialidad del film. Otro de los aciertos del relato pasa por su gran trabajo de montaje que también cayó en manos del argentino y que terminan de amalgamar ese comienzo arrollador con un segundo acto más tranquilo desarrollado más que nada en las oficinas del FBI y apoyados en la investigación para ir preparando ese tercer acto apabullante en las afueras de la ciudad. «Misántropo» es un thriller policial formidable que demuestra toda la destreza y maestría de Szifrón como director. Si bien se puede notar por momentos la incomodidad por la que tuvo que atravesar el argentino para llevar su historia a buen puerto, también se ve su impecable pulso para construir las escenas de acción y el ritmo del relato (con un más que meticuloso trabajo a la hora de erigir el suspense y la tensión). Otro notable trabajo de uno de los más destacados directores de argentina.
Empecemos aclarando que no estamos ante una nueva película de «Drácula», sino que justamente el protagonismo recae sobre su fiel y torturado asistente Renfield (Nicholas Hoult). Probablemente es una aclaración innecesaria pero muchas veces las expectativas pre-visionado de una película pueden jugar a favor o en contra de lo que vemos incluso cuando esto no tenga nada que ver con la calidad del relato en sí. Chris McKay, responsable de «Lego Batman: la película» (2017) y «La Guerra del Mañana» (2021), parece estar atravesando por un buen momento. No solo porque «Renfield» compone una rara avis de esas que nos sacan más de una sonrisa, sino porque, además, fue el responsable de la historia en la que se basó la reciente e igualmente divertida «Calabozos y Dragones: Honor entre Ladrones». Esto ya muestra un precedente ante el estilo de humor que trabaja el director, que en esta oportunidad unió fuerzas con Ryan Ridley (guionista de algunos episodios de «Rick and Morty» y «Community») y Robert Kirkman (creador de «The Walking Dead»), la dupla detrás del guion de «Renfield». Este equipo variopinto nos trae a Renfield (Hoult), el atribulado asistente de Drácula (Nicolas Cage), en la época moderna tratando de procurarle víctimas a su amo para que se recupere y pueda volver a tener su máximo poder. El problema está dado en la moral del lacayo que ya no desea lastimar gente inocente. Para tratar de liberarse de las garras del Conde, Renfield acude a un grupo de autoayuda de personas que atraviesan por relaciones toxicas. No obstante, las cosas no serán tan sencillas como el asistente cree, en el medio deberá lidiar con la mafia local, con la intervención de Rebecca, una oficial de policía (Awkwafina) de la cual se enamora y del propio Príncipe de las Tinieblas, que no desea romper la relación de forma tan sencilla. Esta comedia de terror presenta varias ideas excelentes que son desarrolladas con ingenio y perspicacia. La secuencia inicial en la que se homenajea al Drácula de Bela Lugosi con Nicolas Cage envuelto en algunas escenas del film de 1931 dirigido por Todd Browning es maravillosa y ya marca el tono que tendrá el film de ahí en más. La aproximación de ver al mítico Conde como un jefe tóxico da justo en la tecla y establece una visión moderna bastante acertada y entretenida del contexto actual. Algo similar pasa respecto al componente sexual que rodeaba al personaje y a sus víctimas principalmente femeninas. Aquí el aggiornamiento pasa a ser un elemento más para la comicidad y menos para la corrección política. La mixtura de la comedia con los momentos de acción y/o terror con exceso de gore también demuestra la mano o quizás el aporte que le pudieron dar Kirkman y Ridley al guion que probablemente no sea una maravilla (toda la trama policial puede que este desarrollada de forma genérica pero aun así ayuda a terminar de delinear a los personajes secundarios), pero sí es bastante efectivo a los fines narrativos que tiene la película de McKay. Lo que sí hay que agradecerle a «Renfield» es, en primer lugar, que le hayan dado el papel de Drácula a Nicolas Cage, que parece haber nacido para componer un rol de estas características. Muchas personas lo siguen criticando o tildando de mal actor, pero la realidad es que su histrionismo y sus condiciones actorales pasan por un registro no realista, en la tradición del teatro Kabuki o el expresionismo alemán para poner algunos ejemplos de por dónde va su registro. Es por ello, que un papel de esta particularidad es perfecto para él y no solo resulta totalmente convincente respecto al tono que maneja el film, sino que sirve como un excelente homenaje a Bela Lugosi. Por otro lado, Hoult también está muy bien como este protagonista acomplejado que busca salir de la toxicidad de su jefe, así como también Awkwafina que sirve como pieza clave para otros momentos desopilantes de gran hilaridad. Ben Schwartz completamente desatado también representa una gran adición al elenco y en líneas generales no desentona con el resto de la película. «Renfield» es una película que cumple con lo que promete: grandes cantidades de humor con actores sumamente comprometidos, altas dosis de sangre que construyen esa homogénea mixtura entre la comedia y el terror, y una acertada dirección de McKay que lleva el personaje al siglo XXI con gran pericia al mismo tiempo que homenajea sus orígenes en la pantalla grande.
Julius Avery («Overlord», «Samaritan») nos trae un relato de horror donde el exorcista enviado por el Vaticano deberá rescatar a una desprotegida familia de las garras de un terrible demonio. Las películas de exorcismos tienen la difícil tarea de afrontar una inevitable comparación con el film más destacado del estilo y el que dio paso a una explotación de esta especie de rituales. Por supuesto que estamos hablando del largometraje dirigido por William Friedkin titulado «El Exorcista» («The Exorcist») de 1973. Aquella obra protagonizada por Max Von Sydow y Linda Blair, es considerada una de las grandes obras maestras del terror y fue realmente un relato que dio bastante que hablar. Algunas temáticas y recursos que propuso el opus de Firedkin, siguen moldeando la gran cantidad de películas que buscan incursionar en este subgénero (un cura que pone en duda su fe por algunos infortunios del pasado, niños acechados por demonios, levitaciones, voces guturales, familiares escépticos que empiezan a buscar cualquier alternativa para salvar a sus hijos, etc.). «El Exorcista del Papa» no se aleja de los arquetipos del género, es más, podríamos decir que usa casi todos, y nos brinda un entretenimiento sin demasiadas pretensiones que goza de unos cuantos buenos momentos y de un comprometido Russell Crowe como protagonista (aunque con un acento algo extraño, digamos todo). La película se basa libremente en la figura de Gabriele Amorth (Crowe), un sacerdote que ejerció como el exorcista principal del Vaticano, realizando más de cien mil exorcismos a lo largo de toda su vida. Amorth es llamado para investigar el caso de una posible posesión de un chico llamado Henry (Peter DeSouza-Feighoney), quien se mudó hace poco a una abadía española junto con su madre Julia (Alex Essoe) y su hermana Amy (Laurel Marsden). Dicha familia viene de vivir la trágica muerte del padre de la misma en un accidente de tránsito. Amorth, que tiene un look bastante aggiornado y una actitud más de rockstar que de sacerdote, conduce su Vespa hasta la abadía española para intentar rescatar a esta pobre familia que comienza a ser acechada por una maligna entidad. Como es de esperar el film parece tomar nota de lo que hicieron bien tanto la película de Friedkin como «El Conjuro» (2013) para agregarle todavía más acción al asunto y hacer del padre Grabiele una especie de superhéroe eclesiástico que tiene que salvar al mundo de un poderoso demonio. Avery desarrolla con pericia las escenas de suspenso y las mezcla con unas secuencias casi de acción donde abunda el CGI (por momentos muy bueno y por momentos algo cuestionable) para brindar un entretenimiento pochoclero que parece no tomarse demasiado en serio a sí mismo. Se puede percibir que Russell Crowe se divirtió componiendo a este personaje, ya que le dota cierta distinción al personaje gracias a su carisma e histrionismo. «El Exorcista del Papa» probablemente no gane puntos por originalidad en la historia que busca contar, pero se destaca por su protagonista y por una acertada visión del director en su forma de aproximarse al relato. Es difícil imaginar el universo que sugiere y busca desarrollar sobre el final aunque teniendo en cuenta las escasas ideas que hay en Hollywood no solo es factible sino esperable.
Suena «Money For Nothing» de Dire Straits y se da paso a una serie de imágenes que nos sitúan en el contexto en el que se desarrollará la historia. La cultura popular norteamericana de los años ’80 (más precisamente 1984) con los videojuegos, las luces de neón, el surgimiento de la generación MTV, la TV por cable, Ronald Reagan como presidente y muchas otras cosas más que ya vimos representadas en un gran número de relatos durante los últimos años, aunque aquí no se aborda de una forma superficial como en tantos otros casos. A Ben Affleck («The Town», «Argo») no le hace falta más que ese pequeño montaje para ubicarnos en tiempo y espacio sobre lo que estamos a punto de ver. Para aquellos que no estén familiarizados con la historia que se nos presenta, tenemos a Nike que, como empresa de indumentaria deportiva, estaba ubicada en el tercer puesto detrás de Converse y Adidas. Los directivos y ejecutivos de la empresa buscan ampliar o mejor dicho potenciar su sección de basketball fichando a deportistas prometedores del nuevo draft de la NBA. En este contexto y con un presupuesto acotado, la marca trataría de ir detrás de una joven promesa llamada Michael Jordan para poder mejorar sus ventas. El resto es historia, un contrato sin precedentes, una línea propia llamada «Air Jordan» y un porcentaje de las ventas que establecería el primer caso en que el atleta era puesto por encima de la marca en sí. Matt Damon y Ben Affleck vuelven a unir fuerzas, tanto como parte del elenco como del equipo que se encargó de escribir el guion, luego de aquella experiencia obtenida en «En Busca del Destino» (1997) donde habían conseguido el Oscar a Mejor Guion Original. Justamente lo más interesante y destacable de este largometraje tiene que ver con el brillante trabajo en el guion donde se nos presentan personajes con problemáticas propias y oportunidades evidentes para salir adelante, no sin antes arriesgar bastante, el llamado «Sueño Americano» que todavía se veía como algo posible en ese escenario pre 9/11. La propuesta de Affleck además de ser extremadamente eficiente y atractiva, presenta un dinamismo elevado como resultado de los ingeniosos intercambios que tienen continuamente los personajes, así como también gracias a un sólido montaje. El meticuloso trabajo que se le dio a los diálogos entre Matt Damon, Ben Affleck, Viola Davis, Chris Messina, Marlon Wayans, Chris Tucker y Jason Bateman es uno otro de los aciertos del film junto con la impecable labor en dirección. Affleck no solo ajusta y le dedica un timing perfecto a las interacciones de los personajes, sino que cuida cada detalle para que todas las líneas de diálogo funcionen a modo circular dentro del relato, influyendo en el accionar y las conductas de los intérpretes. Esto hace que el espectador nunca pierda el interés y que se maneje un clima de tensión impresionante en un film donde prácticamente todas las secuencias son de personas hablando e intentando vender un par de zapatillas. Ahí es donde entra en juego la pericia del director y la «magia» del cine donde no importa tanto que se nos cuenta sino en la manera en que lo hacen. La banda sonora funciona como otro elemento contextualizador dando paso a un popurrí de canciones de los ’80 que amplían ese universo donde se desarrolla la acción y también sirve por momentos (especialmente luego de ese detalle que da el personaje del querido y cumplidor Jason Bateman) para resignificar ciertas cuestiones y conductas de los involucrados. «AIR: La historia detrás del logo» es un retrato de época inspirado que se funda en una estructura narrativa sólida y ajustadísima como mecanismo de relojería. Con puntos altísimos en actuación y dirección de actores, la película de Ben Affleck sorprende por su buen ritmo y su buen tino a la hora de abordar una historia tan legendaria dentro del ámbito del marketing deportivo.
La dupla detrás de la remake de «Vacaciones» (2015) y la divertida «Noche de Juegos» (2018) es la responsable de llevar el mítico juego de rol a la pantalla grande luego del fallido intento del 2000. ¿El resultado? Una entretenida película de aventuras que homenajea al género y por supuesto al RPG más famoso creado por Gary Gygax y Dave Arneson. Tras años de estar en una especie de limbo creativo y luego de pasar por varios estudios y/o casas productoras, el reboot del universo de Dungeons & Dragons parecía destinado al fracaso. No obstante, el resultado está muy lejos de lo esperado y sorprende con una película de fantasía épica que era difícil imaginar en un comienzo. Especialmente porque a pesar de que «Stranger Things» haya dado a conocer a las nuevas generaciones el juego creado en 1974, su mitología y su amplio espectro de criaturas y personajes mágicos era bastante complejo para ser llevado al cine en un relato más o menos coherente que no sea un insufrible desfile de nombres inventados y refleje todo el esfuerzo creativo de sus creadores y la enorme comunidad de jugadores alrededor del globo. Es por ello que John Francis Daley y Jonathan Goldstein parecen haber sido la elección correcta para ponerse detrás de las cámaras, ya que el elemento humorístico es una de las cosas más destacables del largometraje. Si nos ponemos a ver los nombres detrás del guion del film también vamos a entender la razón por la que tuvimos un relato que debe mucho a las películas de fantasía y aventuras de los ’80 y un rico abanico de personajes con conflictos claros. La historia fue creada por Chris McKay («Lego Batman: La Película», y «Renfield») junto al dúo de directores y a Michael Gilio. La acción nos lleva detrás de Edgin Darvis (Chris Pine), un Bardo con habilidades para estafar personas, y Holga (Michelle Rodriguez), una ruda guerrera de buen corazón, ambos están encerrados en una cárcel de máxima seguridad tras un fallido atraco como producto de haberse topado con las personas equivocadas para la ocasión. Dichas personas son Forge Fitzwilliam (un Hugh Grant que compone al villano de turno) y la poderosa maga roja Sofina (Daisy Head), los cuales terminaron quedándose con la tutela de la hija de Edgin, Kira (Chloe Coleman) tras mentirle descaradamente sobre el paradero de su padre. El personaje de Chris Pine funciona como el narrador poco confiable que nos cuenta cómo llegaron a la cárcel y todas las peripecias con las que se encontraron en el camino, a partir de un timing maravilloso para la comedia y diálogos más que afinados, nos vamos metiendo poco a poco en la mitología del relato. En el medio nuestros héroes/antihéroes unirán fuerzas con Simon (Justice Smith), un hechicero flojo de papeles y la druida Doric (Sophia Lillis) que formarán parte de este grupo de personajes que enfrentará a las fuerzas oscuras. La película que va en la misma tradición de relatos como «Legend» (1985) o «La Princesa Prometida» (1987) para dar un par de ejemplos, se nutre de las narraciones clásicas de fantasía medieval para construir un relato épico y entretenido de 2 horas y cuarto que se beneficia de un elenco maravilloso, de un CGI exacerbado, pero bien implementado y un humor medio simplón pero efectivo. Viendo el panorama del cine mainstream actual, «Calabozos y Dragones» es una rareza, ya que está basado en un producto establecido pero no tan conocido para las nuevas generaciones, al mismo tiempo que busca explotar un espíritu de película clásica que ya no se hace pero con todos los elementos disponibles de las nuevas tecnologías de captura de movimiento y entornos creados por computadora. La visión de los directores, su sello de comedia más pertinente que el excesivo utilizado en los films de superhéroes y el carisma del grupo de protagonistas hacen que «Calabozos y dragones: Honor entre ladrones» sea una grata y divertida sorpresa dentro de la propuesta de la cartelera actual.