La nueva versión de Candyman tiene un gran punto a su favor: la unión con las películas anteriores (sobre todo a la original estrenada en 1992) y a la vez sirve de reboot para las nuevas generaciones.
No ignora ni su origen ni su legado. En ese sentido está a la altura de la circunstancia.
Ahora bien, en cuanto a película de terror deja bastante que desear. No asusta prácticamente nada. Da la sensación de que los realizadores pusieron más el foco en el mensaje que en la entrega del mismo.
O sea, al ser una producción de Jordan Peele, el énfasis está en el tremendo problema de discriminación racial histórica que hay en Estados Unidos. Lo cual se aplica a la perfección con este personaje.
Pero al mismo tiempo pierde. Sin dar spoilers, las víctimas siguen un mismo patrón y uno puede sacar sus conclusiones al respecto.
La directora Nia DaCosta hace un trabajo muy correcto, pero con cero innovación o personalidad a la hora de intentar asustar un poco. Es todo repetición, cliché o abuso de recursos ya establecidos.
El elenco también está bien, pero nadie para destacar en ningún sentido. El film es más apto para los muy amantes del personaje, ya que le da una cierta reivindicación, contexto y peso. No mucho más.