En la versión de 1992 dirigida por Bernard Rose (ya de culto), protagonizada por Virginia Madsen quien interpretaba a Helen Lyle, nace este personaje inspirado en un cuento de Clive Barker. Daniel Robitaille (Tony Todd) era un artista negro e hijo de un esclavo que se enamora de una mujer blanca. El padre de la joven se encargó de que fuera torturado por una multitud, que en lugar de brazo se le coloque un garfio y que sea quemado vivo. Así surge Candyman, quien vuelve cual fantasma vengativo. Eso sí, se lo convoca repitiendo su nombre frente al espejo cinco veces. Esta nueva entrega producida por Jordan Peele ("Get Out") y dirigida por Nia Da Costa (también co-guionista) nos sitúa en Chicago en la actualidad, donde el artista plástico Anthony McCoy (Yahya Abdul-Mateen II) conoce a William Burke, visitado por "el hombre de los dulces" cuando era niño. Anthony se obsesiona con esta leyenda urbana y arrastra en su locura a su pareja y agente Brianna Cartwright (Teyonah Parris). Tony se dirige a Cabrini-Green, el complejo de viviendas donde todo comenzó, a investigar y a inspirarse para trabajar ya que se encuentra en un bloqueo creativo. Allí es picado por una abeja y comienza su deterioro físico y mental, además de asesinatos a su alrededor. Lo que sigue, sería spoiler. Candyman pasa la prueba a pura metáfora y mantiene el suspenso. Las actuaciones y los efectos visuales con espejos están muy bien. El film toca la brutalidad policial y la discriminación racial que está lejos de disminuir (ya lo hacía en el anterior y al final hay un sitio web para denuncias) con lo que recalca la toma de conciencia. Tiene el plus artístico de contar parte de la historia con sombras que se proyectan en la pantalla, muy bien logradas.
Gracias @universalpicturesarg
#candyman