Los dos primeros minutos de Canela transcurren en un edificio en construcción. Arriba, los albañiles trabajan, conversan, en ocasiones desvían la mirada hacia la cámara o hacia algún punto de la ciudad de Rosario. Mientras tanto, una mujer madura recorre con casco reglamentario el interior de la obra, observa detalles del andamiaje, sube al piso donde están los obreros, se detiene a completar un formulario, desciende a la calle. Volvemos a verla sentada al volante de un vehículo anaranjado, acicalándose frente al espejito retrovisor.
En el documental de Cecilia del Valle, los albañiles aparecen retratados al rayo del sol. Antes de encontrarlos, la ¿supervisora? atraviesa un esqueleto de cemento apenas iluminado. La exhibición de una mayoría masculina evoca el lugar común que reduce la arquitectura a una profesión de hombres; he aquí un primer motivo de empatía con quien –adivinamos– inspiró el título de este film.
Las facciones del rostro proyectado en el espejo retrovisor alimentan el sentimiento de sororidad: Canela Grandi Mallarini es una arquitecta (y docente universitaria) transgénero. Por un lado, imaginamos que su femineidad habrá redoblado las conductas machistas padecidas por las colegas cisgénero. Por otro lado, entendemos el edificio en construcción como una alegoría de la obra que la protagonista inició a sus 48 años y que ahora, diez años después, parece reclamar una decisión: darla por terminada o emprender una nueva etapa.
Limitarse a la hormonización o someterse a una vaginoplastía: ésta es la disyuntiva que desvela a Canela, y que Del Valle y su co-guionista Romina Tamburello convirtieron en eje del largometraje que primero fue un corto para TV. La decisión narrativa resulta acertadísima porque permite abordar la experiencia trans desde una perspectiva original, y no a través del relato clásico que reconstruye todas las instancias de la mencionada transición.
Las autoras del guion también eludieron el tratamiento convencional cuando eligieron acompañar a Grandi Mallarini en su vida cotidiana antes que recurrir a la tradicional técnica de cabezas parlantes. Sólo la madre y una ex pareja y amiga de la protagonista prestan un testimonio formal, mirando a cámara. Por lo demás, descubrimos a Canela mientras interactúa con albañiles, con sus alumnos de la Facultad de Arquitectura, Planeamiento y Diseño de la Universidad Nacional de Rosario, con su mamá, con sus hijos, nuera y nieta, con sus médicos, con su psicoterapeuta, con su peluquera, con una vendedora de ropa, con el mecánico de su camioneta anaranjada, con otras mujeres trans, con una pastora y algunas fieles del Centro de Adoración de Jesucristo.
Ante la mirada respetuosa y contenedora de Del Valle, Canela revela progresivamente su personalidad amorosa, lúcida, valiente, sensible. Sus intervenciones académicas resultan tan interesantes como el tema central del film (por momentos la protagonista parece discípula de Rodolfo Livingston que, dicho sea de paso, inspiró esta semblanza cinematográfica).
«Esta película es sobre una minoría dentro de una minoría» sostiene la realizadora en la presentación escrita de su documental. Sin dudas, la vida de Grandi Mallarini escapa a la regla de vulnerabilidad laboral, económica, social, y esta condición excepcional realza la sensación de asistir a una propuesta única, irreductible a un propósito pedagógico o conscientizador.
Canela es tan digna de un largometraje como Omar Borcard, el albañil sesentón –vaya coincidencias– que construyó solito dos salas de cine en la localidad entrerriana de Villa Elisa, y que Luz Ruciello retrató en Un cine en concreto. Algunos espectadores quisiéramos hacernos amigos de ambos; por lo pronto los incorporamos enseguida a nuestros afectos dilectos.
Antes de terminar esta reseña, vale señalar el reconocimiento al séptimo arte como una suerte de espejo que ayuda a entender realidades y eventualmente a enfrentar adversidades. De hecho, aparecen citadas dos ficciones que abordan la condición trans: El juego de las lágrimas de Neil Jordan en boca de Canela, en un encuentro con uno de sus hijos, y La chica danesa de Tom Hooper en boca de la ex pareja y amiga Valeria cuando habla a cámara.
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Información importante
La cuarentena anti-coronavirus tiró por tierra los planes de exhibición de Canela: debut en el 22º BAFICI, concretamente en la competencia argentina del histórico festival, y posterior estreno –para empezar– en el circuito de salas del INCAA. El mismo fenómeno convirtió al documental de Del Valle en la punta de una lanza singular: la sala virtual que la Asociación de Directores de Cine PCI inaugurará mañana jueves 14 de mayo.
A partir de ese día, será posible alquilar la película por 24 horas. De los 160 pesos que cada espectador deberá abonar (vía Mercado Pago, tarjeta de débito o crédito), 50 serán donados para el acompañamiento de personas trans en el país, a través de la Liga LGBTIQ + de las Provincias.