Canela, dirigida por Cecilia del Valle, cuenta la historia de una mujer trans de sesenta años que está atravesando el proceso de hormonización y se enfrenta a todos los cambios con esperanza pero también con incertidumbre. Busca sentirse bien con ella misma y el reconocimiento de su familia, sus pares y la sociedad. Canela vive en Rosario, dirige obras de construcción, da clases de arquitectura, maneja una espectacular camioneta Chevrolet clásica color naranja y tiene también un Dodge Coronado, aunque más sobrio. Tiene hijos y recién después de los cuarenta años descubrió su identidad de género. Es decir que el cambio es grande y complicado, pero no por eso Canela se arrepiente o pierde convicción.
La película, que no olvidemos que es un documental, tiene muchas escenas donde la cámara presencia momentos importantes, claramente pactados con la protagonista y su entorno. Por eso algunas situaciones parecen algo artificiales por los nervios de tener una cámara delante, pero Canela, a puro carisma y sinceridad, consigue que sigamos sus pasos sintiendo una absoluta empatía con ella. Lo mismo con todos los personajes que aparecen. No importa que tanto compromiso político tiene la película, su victoria consiste en mostrar la humanidad de la protagonista y su mundo. No baja línea, no da clases, no se sube a un púlpito para decirnos que tenemos que pensar. Simplemente vive, ama, siente, teme, sueña, trabaja. La vida de las personas trans va cambiando en la sociedad y en la actualidad las cosas son un poco mejor que hace unos años. Hay mucho cine argentino documental sobre temática de género en general y de la problemática trans en particular. Muchas son correctas, otras son malas películas, pero Canela es la que hace la diferencia. Porque incluye y supera la temática de género. Es una película bella y luminosa, llena de vida.