Historia realimentada de violencias en un áspero mundo marginal
La marginalidad es un tema que siempre le ha preocupado al cine argentino. Producciones como “La tumbas” (1991) y “Crónica de un niño solo” (1964) son muestras de ese mundo para muchos alejado de la realidad. No obstante esta realización de Eduardo Pinto, en la doble condición de guionista y realizador, redobla el tema marginal desde la mirada del tercer milenio.
El filme, cargado de violencia y realidad, narra aspectos de la vida de Panceta, un traficante de armas que escudándose en su herrería fabrica artesanalmente caños dorados, un arma “tumbera” de gran popularidad en el conurbano bonaerense. Tina Serrano compone el personaje de La madre de Panceta con soltura, viviéndolo de lleno en la piel de esa progenitora que no sabe en qué anda su hijo. La historia se va a retroalimentar de violencia cuando Panceta se escapa por el Delta con una adolescente de 16 años, nieta de un hombre respetado en el vecindario. Huyendo por riachos y ríos de la zona deberá esconderse de la policía y resguardarse del tumbero más peligroso de la región, quien lo busca para aplicar la justicia a Panceta, según los códigos propios de un mundo marginal.
“Caño dorado” por momentos nos hace acordar a “Ciudad de Dios” (2002) por toda la carga de vejaciones y marginación que se va viendo. La música y el lenguaje lunfardo le dan credibilidad. En boca de los personajes se escuchan todo el tiempo los siguientes términos tumberos y lunfardos: gato, chabón, birra, faso, pedo, solo por citar algunos.
Eduardo Pinto, que ya antes había dirigido “Palermo Hollywood” (2004) se va al otro extremo de la realidad y de la vida. La estética que predomina todo el tiempo es el ambiente pesado, con muy buenas actuaciones de todo el elenco que durante los 103 minutos de metraje no nos dejan respirar de la tensión que contagia.
“Caño dorado” es una realización que durante todo su desarrollo bordea una realidad que no es ficción.
Párrafo aparte para la fotografía, las escenas de violaciones y los desnudos. Lo que se ve ocurre a diario en el país, aunque muchos cierren los ojos.