La historia del “pelado” multimillonario
Estrenada en México el mes pasado y precandidata al Oscar por su país, Cantinflas es una “película de prócer”. En esa condición queda estampado Mario Moreno, presentado no sólo como cómico genial (que lo era), sino como un simpatiquísimo caradura (que lo debe haber sido, al menos hasta que se hizo superrecontramillonario), corajudo sindicalista del rubro cinematográfico (en parte lo fue, pero no al punto de héroe de western al que la película lo eleva), acogido finalmente en el cielo de Hollywood. Tras lo cual, como se sabe, sólo queda la muerte. Aunque Cantinflas haya actuado en una sola película filmada en ese paraíso, La vuelta al mundo en 80 días (1956), como el inefable Passepartout imaginado por Julio Verne. Partiendo de la base de que más alto que ese globo no se puede volar, esta biopic toma como eje la gestación de ese elefantiásico operativo de marketing tramado por el productor Michael Todd, narrando en paralelo el surgimiento de Cantinflas como tal, a comienzos de los ’30.
Era tan rápido para la improvisación este hijo de un cartero que hasta su nombre artístico lo pescó al vuelo. Durante una actuación de sus comienzos, en un teatro de varieté, alguien del público le gritó, ofuscado: “¡Vete a la cantina en la que te inflas!” (vaya a saber lo que quiso decir), y de allí el veloz Moreno contrajo su alias. Nombre y personaje: Moreno imitó la vestimenta y el hablar de la clase de campesino pobre e iletrado a la que en México llaman “pelado” (por no tener un peso) y lo que en el mundo de la caricatura se llamaría “mono” quedó establecido para siempre. Siguiendo la línea tradicional de la biopic, esta película dirigida por Sebastián del Amo lo dibuja en su ascenso al estrellato, caída (en la condición de ricachón y mujeriego), redención (cuando vuelve con su esposa, que era, curiosamente, una refugiada rusa) y gloria, cuando a falta de Oscar levanta el Globo de Oro, poco menos que como si fuera el Nobel.
La clase de película en la que se notan las pelucas, los que empiezan haciéndose los rusos al rato se olvidan de que lo eran, el que hace del sublime Agustín Lara canta fuera de sincro, a un tipo cualquiera lo pelan y ya es Yul Brinner y todo está fotografiado con un filtro flú que no se sabe para qué (y además queda feo), no hay duda de que Oscar Jaenada, que hace del cómico, logra estar a su altura. Lo más asombroso de todo es que Jaenada... ¡es español! No se entiende cómo hizo este catalán para encarnar creíblemente al más mexicano de los mexicanos del siglo XX. Desde ya que son tan graciosas sus memorables sanatas como Cantinflas (el dominio de la lengua popular de Moreno era equiparable al de su contemporánea Niní Marshall en el personaje de Catita) como las ocurrencias al paso del propio Moreno. Pero todo eso representa apenas un diez por ciento de una película que en más de un momento da vergüenza ajena.