Desde el título, la impronta y las características de la producción se entienden bien por qué “Cantinflas” es la elegida por México para representar al país en la carrera por un lugar en la terna del Oscar 2015. Si el contenido de esta biopic tuviera el mismo brillo que su máscara estaríamos frente a una seria candidata.
Que Mario Moreno “Cantinflas” haya sido, y sigue siéndolo, un actor icónico en México es innegable, así como también su trascendencia más allá de las fronteras con clásicos como “Ni sangre, ni arena” (1941), “El señor fotógrafo” (1952) o “El profesor” (1971). Peluquero, boxeador, canillita, gendarme, maestro de escuela, portero, zapatero, son apenas una muestra de los múltiples oficios populares encarnados por el actor mexicano, lo que lo llevó a tener un peso sublime en la masa trabajadora de su país, que rápidamente lo convirtió en su referente. Como siempre, los pueblos idolatran a aquellos que lo hacen reír, pero mucho más si esa risa es provocada por el incorruptible valor de la comedia cuando esta funciona como un espejo en el cual verse reflejado. En este sentido, el actor fue al país del tequila lo que Niní Marshall o Luis Sandrini al nuestro.
Estos antecedentes deberían ser una sólida plataforma de la cual partir para realizar el retrato de alguien que tuvo tanta importancia en su tiempo y en el saber popular de un país. Por eso resulta una extraña paradoja que “Cantinflas” apunte sus cañones a Hollywood como producto de exportación, en lugar de buscar una identificación visual y narrativa más emparentada con la propia historia de la cinematografía mexicana.
En cambio, el novato Sebastián del Amo se aleja de casi toda posibilidad de bajar su criatura a los terrenos culturales a los que pertenece y lo endiosa a niveles muy cercanos al divismo y a la adulación exacerbada. El resultado es una obra desangelada que confía más en la recreación de época que en la historia. Parece extranjera en su propio lugar de origen, y de hecho uno de los momentos de la vida del actor en donde hace hincapié es su participación en “La vuelta al mundo en 80 días” (1956), y su respectivo Globo de Oro en 1957.
Todo en “Cantinflas” tiene un tufillo artificial, el vestuario, una fotografía glamorosa, la banda de sonido algo melodramática, y una puesta de cámara que busca un glamour deliberado. Sería necio negarlo: se ve y suena profesional, el punto es si es aplicable o no a la idea. En todo caso, los laureles se los lleva la estupenda personificación de Oscar Jaenada, comenzando por hacernos olvidar su origen español. La minuciosa investigación de los movimientos, formas de hablar, modismos y ademanes remiten a lo hecho por Robert Downey Jr. en “Chaplin” (1992). Aun así, la dirección de actores no se molesta demasiado en marcar las diferencias (que las había y muchas) entre el hombre y la estrella.
En todo caso si sólo la actuación es la gran virtud a rescatar de “Cantinflas” estará en cada quién probar si eso justifica la salida. Queda la posibilidad latente de hacer algo mejor con semejante figura.