Aunque Nuevo Mundo es un planeta distante, luce casi igual al nuestro durante la colonización del lejano oeste, salvo que los colonos son acosados por el “ruido”: inexplicablemente, sus pensamientos pueden escucharse e incluso proyectan imágenes vaporosas que los rodean como un halo. La mujeres son inmunes al “ruido” y por esa razón, se nos dice, fueron asesinadas por los hostiles aborígenes del lugar.
Aquí se estrella Viola (Daisy Ridley), la única sobreviviente de una cápsula exploratoria enviada por una nave en órbita. La chica es prontamente hallada por Todd (Tom Holland), el último adolescente de su pueblo y, en breve, están escapando de una partida a caballo liderada por el villano Prentiss (Mads Mikkelsen) que quiere retenerla. Esta acción, como otras, no encuentra razón alguna. Entendemos que Prentiss se siente amenazado por la opacidad de la mente de Viola (un regreso al cliché de lo “misterioso” femenino) y que acaso pretenda de algún modo imposible apropiarse de su nave, pero todo esto hay que imaginarlo.
Cuando llegue la mayor revelación de la trama, hay que preguntarse no solo porqué todo un pueblo de asesinos guardó un secreto por años para el solo beneficio de un chico sin importancia sino, y en particular, cómo lo hizo, dado que aquí los varones no pueden ocultar sus pensamientos. Todo esto, que quizá se aclare en las novelas originales de Patrick Ness, se perdió en el ruido de la una producción catastrófica, con un guion de Charlie Kaufman rechazado y un rodaje de más de tres años plagado de idas y vueltas, donde seguramente dio inicio este caos.