Un escudo humano
El Capitán América es un superhéroe fechado. O al menos uno que lidia con una idea previa muy arraigada de sus posibles espectadores. Nacido a la sombra del espíritu patriótico que desplegó el gobierno estadounidense en el momento de sumarse a la Segunda Guerra Mundial para arengar a sus ciudadanos a sumarse a las filas del ejército o a apoyar con sus aportes económicos la carrera armamentística, el Capitán América fue un mega éxito que desde los cómics (con ventas millonarias de ejemplares) ayudó a la campaña y tras el triunfo cayó en el olvido o el desinterés. Con la reinvención de Marvel efectuada por Stan Lee y sus colaboradores en los ‘60 el personaje se liberó de la pesada carga patriotera y comenzó a mostrarse como el adalid de los derechos de los indefensos del mundo por encima de cualquier bandera y aún a costa de tener que enfrentarse a su propio gobierno imbuido de corrupción y capaz de traicionar a los ideales de libertad e igualdad. Así, arrastrado por la incontenible andanada de superhéroes que llegan a la pantalla grande le tocó su turno al “Capi”, como el último aperitivo antes de la promocionada película que reunirá a Los Vengadores en una misión que se anuncia para el 2012.
Estamos en plena Segunda Guerra Mundial y Steve Rogers (Evan), un esmirriado joven, con una testarudez por ingresar al ejército digna de mejores causas, se ve incorporado para ser parte del experimento de un científico alemán (Tucci) exiliado en EE.UU. Gracias a él se convierte en el poderoso Capitán América pero en un principio sólo será el anfitrión de los shows que se montan para recaudar fondos o una especie de payaso, con sus calzas azules y su máscara, que los soldados desprecian y del cual se burlan mientras oficia de conductor en las variedades que se presentan en los descansos entre batallas, hasta que consigue demostrar sus dotes. Mientras tanto Cráneo Rojo/Red Skull (Weaving), especie de lugarteniente de Hitler, y conductor de Hydra (una división de investigación “científica” del Tercer Reich), -producto de otro experimento fallido-, con el auxilio de un mítico objeto de Odín intentará llevar a cabo sus planes de dominación sobre el mundo. Ambos personajes en un encuentro final decidirán el curso de la guerra y de sus propios destinos.
Joe Johnston construyó un filme que se deja ver, con ese aire a los de aventuras al modo clásico, entretenido y ágil, sin abusar de los efectos ni las escenas de combate más de lo necesario y sin dejar de lado los toques de humor ni el apunte romántico. Utilizando una estética old-fashioned (donde casi el único punto flojo es el traje del héroe) y hasta mostrando una mirada cuestionadora de la alianza entre lo militar y el show business (la escena de la coreografía es reveladora).
Los personajes ofrecen una cierta carnadura que los saca de la dimensión plana (pero sin llegar a los conflictos de los X-Men, por poner un ejemplo). Los protagonistas aportan credibilidad (Chris Evans se convierte en uno de los actores hollywoodenses que consiguieron dar cuerpo a dos superhéroes completamente diferentes -antes fue la Antorcha de Los 4 Fantásticos-, saliendo airoso del trance) y los secundarios se lucen (Tommy Lee Jones, Stanley Tucci, Dominic Cooper).
Lo que no puede ocultar Capitán América: el primer vengador es el desgaste que el cumplimiento a rajatabla de una receta comienza a provocar. Nada de sorpresas ni novedades. Como un balde de pochoclo que uno compra con ansias y nunca jamás nadie llega a terminar, y si lo hace no hay placer final sino una sensación a empacho.
Si se quedan hasta después de los títulos verán las imágenes que anticipan lo que vendrá.