Sábado de Súper Acción
Capitán América y el soldado del invierno (Captain America: The Winter Soldier, 2014) es tan divertida, ligera e inconsecuente como una caricatura del sábado a la mañana. Como Thor: Un mundo oscuro (Thor: The Dark World, 2013), no tiene nada nuevo que decir sobre su protagonista, ni hace muchas olas en el océano cinematográfico de Marvel. Su única ambición es hacer tiempo hasta que llegue Los vengadores 2 (Avengers: The Age of Ultron, 2015), y verse bien mientras lo hace. Si este menjunje de secuelas y entremeses fuera una serie de TV – y se parece más a una con cada entrega – éste sería el episodio que entretiene a todos pero no deja nada.
El Capitán América (Chris Evans), recordarán, luchó contra los nazis en la hipócritamente propagandista Capitán América: El primer vengador (Captain America: The First Avenger, 2011) y de ahí fue transportado al siglo veintiuno para luchar contra alienígenas en The Avengers: Los vengadores (The Avengers, 2012). Ahora trabaja para SHIELD – una especie de CIA pasada por el filtro de James Bond – bajo el tajante Nick Fury (Samuel L. Jackson). SHIELD es la oportunidad perfecta para que la película critique o haga de cuenta que critica las políticas de seguridad de estado norteamericanas, sin decir nada en realidad ni ofender a nadie.
Fury se convierte en la víctima del “misterioso” Soldado de Invierno, la seguridad de SHIELD se ve comprometida y el Capitán pasa a ser un fugitivo de su propia agencia. La cacería es liderada por el amoral capo de la seguridad nacional Alexander Pierce (Robert Redford), que desde su introducción deja en claro que posee planes ulteriores para el mundo. Mientras tanto el Capitán es acompañado en su fuga por la Viuda Negra (Scarlett Johansson, trabajando las octavas más graves de su sensual voz) y el debutante Halcón (Anthony Mackie).
El film no posee la inteligencia o atención suficientes para tratarse verdaderamente sobre el espionaje, pero rapiña todo lo que puede del cine de espías clase B: el cadáver en el sillón, lavados de cerebro, kung fu de ascensor, computadoras nazis, escapes improbables en vehículos improbables y por supuesto el páter del espionaje periodístico Robert Redford. Resulta cómico verlo en el papel del villano contra el cual se ha pasado su carrera luchando.
Mirando no muy de lejos, la película cuenta la misma historia que Iron Man 3 (2013) y Wolverine: Inmortal (The Wolverine, 2013): el superhéroe, forzado fuera de su zona de confort, se convierte en un fugitivo indigente que debe resolver el misterio detrás de su clandestinidad en un período de tiempo breve e intenso, a tiempo para continuar la huida. Resulta interesante ver cómo un superhéroe entra en conflicto no porque se le lance oponentes más fuertes sino porque se le quita parte de su poder (en este caso la fe en su país, emblema del Capitán América si tiene uno). Fuerza a la trama a ser creativa, y a su protagonista a ser más creativo – aún si el resultado son variaciones de escenas de pelea o persecución.
Más que fallas la película cuenta con decepciones, oportunidades perdidas, potencial desaprovechado. Cuánto más interesante sería una película sobre el contraste entre el presente y el pasado desde los ojos de un viajero en el tiempo. El “conflicto” del Capitán América – vacuo, interno – es cosmético y más que resolverse a lo largo de la trama, queda en pausa y termina en el olvido. El personaje no cambia ni aprende nada. Se distrae con su propia película. El espectador también.