Posiblemente ésta sea una muy buena oportunidad de acercarse a un texto fílmico en la mayor de las virginidades cognitivas. Dicho esto, se puede exponer que ver esta producción es en sí mismo, apartándose de sus formalidades lingüísticas, una experiencia poco común.
Para que esto suceda deje de leer en este instante y vaya al cine.
Pero tengo una tarea, así que continúo escribiendo, y usted. haga lo que crea conveniente.
El filme se plantea desde una clara dicotomía entre la vida que llevamos inmersos en la sociedad de consumo, consumiéndonos, y la posibilidad de otra variable, supuestamente más cercana a la libertad de elección, comida y pensamiento.
Abre con una escena atemporal, imágenes de un acto a primera vista salvaje, desde la estética, y la representación corporal del personaje que lleva adelante la acción. Un joven, Bo (George MacKay), está cazando un ciervo con sus propias manos y un elemento cortante, rodeado de otros humanos, que luego sabremos son una familia. El acto de cazar termina con una ceremonia ritual casi tribal, de paso a otro estrato. Para luego establecer la realidad de lo que acabamos de ver, esta introducción nos mete de lleno en la idea directriz de toda la obra.
Ben (Viggo Mortensen) es el padre de seis hijos. Junto con su esposa han decidido educarlos por fuera de las pautas sociales, viven en medio de un bosque al norte de los Estados Unidos, más en estado de libertad que de salvajismo.
El problema inicial es que Leslie (Trin Miller), madre y esposa, está internada en un psiquiátrico con diagnostico de psicosis maniaco depresiva, su ausencia parece haber desestabilizado en parte la armonía familiar construida, hasta que la noticia posible desde el diagnostico, nunca deseada, llega, ella se ha quitado la vida.
Es entonces que todo el clan debe partir hacia el encuentro del cuerpo de la mujer para cumplir su deseo de ser incinerada tal ritual vikingo. En ese raid los niños se enfrentaran, algunos por primera vez, con un mundo desconocido, beligerante, contrapuesto, y ese choque cultural, hará que varios de los miembros del grupo replanteen sus convicciones. Desde Bo, el mayor, hasta el púber Rellian (Nicholas Hamilton), el más inquisidor de todos los hijos.
En la vereda de enfrente Harper (Kathryn Hahn), la hermana de Ben, y sobre todo Jack (Frank Langella), el abuelo materno de los chicos. Éste ultimo culpa a su yerno de todo lo sucedido, y lo enfrenta con el fin de pedir la custodia de los chicos.
En cuanto a estructura el filme termina siendo una especie de road movie, lineal, progresiva, con algunos intersticios visuales, que muestran a la pareja en momentos más felices, todos en los recuerdos de Ben.
Lo más importante en tanto dar cuenta del avance en su desarrollo narrativo, está puesto en el conflicto entre Jack y Ben, en un duelo de personajes y actuaciones como para sacarse el sombrero. Otro recurso que utiliza el director es ir cambiando sutilmente de puntos de vista, los más interesantes son los de los hermanitos, hasta la presentación de la anteúltima vastaga de la familia, Zaja (Shree Croocks), toda una Mafalda en cuerpo y alma.
En ese enfrentamiento cultural, el guión aprovecha para poner en tela de juicio la educación en el gran país del norte y el “american way of life” en general.
Apoyándose en un buen guión en tanto formalismo de escritura, un muy buen diseño sonoro, una gran dirección de arte y mejor fotografía, logra un producto respetable.
Pero simultáneamente demuestra una debilidad ideológica, por falta de sustentación narrativa en la construcción del personaje central, es quien “educa” a sus hijos, desde matemática cuántica, filosofía, historia, ciencias naturales, arte, desarrollo físico con entrenamiento militar incluido, supervivencia en aislamiento, lo que sea. “No se olviden del entrenamiento” les dice Ben a sus hijos cuando están por llegar al antro de perdición que es la mansión de los abuelos.
En ese punto surge lo más débil del planteo, el “quien me creo que soy”, apto para educar sobre todo esto, o es sólo un entrenamiento con superficialidad extrema en los conceptos, salvo Mafalda, claro.
La historia cierra con mucha condescendencia que no tiene durante todo el transcurso, pero no deja de plantear muchos interrogantes, todavía sin respuestas certeras.