Un actor bastante desconocido con algunos títulos resonantes (El aviador, American Psycho) para una carrera notablemente escasa, Matt Ross abandonó la actuación en 2008 para dedicarse a escribir y dirigir cine, y Capitán Fantástico es su segundo largometraje. Cuesta creer lo exiguo de su filmografía a la hora de ahondar en un film que, si bien no destella, es un entretenimiento redondo, de mensaje sólido y perfecto timing para el público norteamericano. Hay que aclarar de entrada que Capitán Fantástico tiene mucho más sentido (y es casi un mensaje) para la América proto Trump, con un Viggo Mortensen que hace su rol más loable desde Una historia violenta, y el –o al menos el que uno imagina– más cercano a su persona desde El señor de los anillos. Con todo –o tan sólo por– esto, el film de Ross es un estreno destacable en los Estados Unidos y en cualquier otra parte del mundo.
Ben Cash (Mortensen) lleva adelante una aventura quijotesca. Comanda (y la palabra no es metafórica) a sus cinco hijos por una vida al margen de la sociedad. Como siguiendo los preceptos anarquistas de Thoreau, Ben enseña a sus hijos a cazar para sobrevivir, a entrenar el cuerpo, la mente y el espíritu a espaldas del Estado, pero recibe su primer cachetazo tras enterarse de que su esposa Leslie, internada en una clínica por un trastorno bipolar, se acaba de suicidar.
Para un alma dogmática como la de Ben, es casi una tragedia de igual magnitud que su suegro, Jack (Frank Langella), traicione el deseo de cremación de su hija budista y haya arreglado exequias al estilo cristiano, advirtiéndole, de paso, que se mantenga al margen. Y hacia ahí van, del bosque a Nuevo México para impedir la profanación, Ben y su familia contracultural, a bordo de un motorhome lleno de simbolismo hippie, con tonos de comedia oscurecida por la nube de Little Miss Sunshine y su familia disfuncional.
En el camino, los Cash simulan un paro cardíaco para robar un supermercado y almuerzan su botín celebrando el Día Noam Chomsky; el enorme (en todo sentido) Langella hace otro rol a medida, como un De Niro sin fórceps en El padre de la novia, y Mortensen es tan creíble que moldea a los mini actores hasta parecer el verdadero padre de la prole. Viggo se mueve a sus anchas, tanto que sale tomando mate en tres escenas –una lo muestra como Dios lo trajo al mundo, en la puerta de la motorhome, como araucano rubio que espanta a un matrimonio WASP de la tercera edad, de esos que uno imagina torciendo el voto latino en Florida–.
El resto es protocolo indie: un tema de los Guns en versión unplugged para despedir a Leslie, Viggo soplando una gaita en el bosque para encarar a Jack, y hasta cabe pensar que Ross vio al galán cuervo con mate y termo leyendo el guión antes de pensar que era un buen añadido para subrayar su salvajismo. Pero es la convicción del actor, su transmisión de un humanismo anti Hollywood para Hollywood, lo que convierte a Capitán Fantástico en un film que amerita ser visto.