PAPA Y LOS DOGMAS
En la senda del cine indie freak que masificó Little Miss Sunshine, Matt Ross nos pone en Capitán fantástico ante otro grupo familiar corrido de la sociedad y lo considerado normal, integrado en este caso por un padre, sus seis hijos y una madre que acaba de suicidarse. Pero aquí ese frikismo en verdad está relacionado con un dogmatismo impartido por el padre, en el que se suceden debates sobre el marxismo, el leninismo o el trotskismo, e insultos varios de un grupo de púberes contra el sistema, las instituciones y las corporaciones: está claro, para el estilo de vida norteamericano lo que hace Ben con sus niños es absolutamente freak y un poco escandaloso. Y si la película tiene un acierto, es el de hacer de ese carácter revolucionario del grupo algo divertido y alejado de la solemnidad, aunque a veces incurra en una postura canchera, algo que suele ser habitual en este tipo de producciones.
El protagonista vive con sus hijos en medio de la naturaleza, les enseña a cazar, los instruye por fuera del ámbito educativo formal y celebra el día de Noam Chomsky. Como en muchas de estas películas norteamericanas, la clave no está tanto en el recorrido de los personajes sino más bien en la forma en que al final llegan a algún tipo de consenso, en el caso de lo que lo haya. Y Capitán fantástico es de ese tipo de películas: porque ante el suicidio de la madre, el padre y sus hijos deberán abandonar la seguridad de su refugio apartado de la sociedad y enfrentarse tanto a los riesgos de la vida moderna y material, como a los abuelos y su posición intransigente -especialmente el nono de Frank Langella- respecto de la educación que el patriarca imparte a sus niños. El film se vuelve por momentos una road movie, que es el género más cómodo que le queda al cine norteamericano para trabajar conflictos de manera episódica y con un fuerte carácter simbólico.
Sin embargo hay un par de elementos de los que Ross se vale para que ese acomodamiento final de los personajes no suene forzado o que se vea como una rendición exagerada: en primera instancia la película tiene un tono de cuento de hadas que la hace un poco inverosímil y, por eso, disfrutable, situación que explicita en cierto momento musical en el que los personajes consiguen la epifanía grupal; y en segunda tenemos a Viggo Mortensen, ese actor que aporta además de talento una alta dosis de insania y rugosidad, y que aleja a la película de la pura pose: en su presencia física, que parece entregarse totalmente a lo que se está contando, hay algo honesto y vivencial, y que encaja perfectamente con la ruralidad y la hosquedad que el personaje requiere.
En definitiva y más allá de toda la cháchara relacionada con las bajadas de línea ideológicas, Capitán fantástico es una película con un plan mucho más cotidiano de lo que se observa en primer plano: porque es, como tantos relatos Americanos, una película sobre un padre y sobre cómo sus métodos de enseñanza pueden afectar a sus hijos. La resolución estará dada, entonces, en cómo se recuperan lazos y se administran las libertades. Más allá de aquellas canchereadas señaladas y de un tramo final que emblandece bastante las acciones, no deja de ser satisfactorio que los personajes sean respetados y terminen triunfando dentro de su propia lógica, y que el director Ross incurra en algunos riesgos más que evidentes al plantear una premisa que parece demasiado envarada a simple vista.