Plasmada con impecable destreza por el notable cineasta Paul Greengrass, Capitán Phillips es una narración lineal de una intensa historia verídica en alta mar, y no mucho más que eso. Se trata de un hecho que tuvo lugar en 2009, en el que el MV Maersk Alabama se convirtió en el primer buque de carga estadounidense en ser secuestrado en doscientos años. El Capitán Richard Phillips, totalmente inexperto en enfrentamientos armados, tuvo que enfrentar prácticamente solo el secuestro de su navío por parte de piratas somalíes, y después ser el único rehén de sus atacantes en un pequeño bote acorazado, donde transcurre gran parte de la trama. Lo verdaderamente excepcional del film hay que buscarlo en su realización, en la que queda a las claras que fue rodada en el océano, con naves y vehículos de transporte acuático reales y con una casi nula utilización de efectos especiales y recreaciones digitales. Tan sólo un puñado de escenas transcurren en tierra firme, el resto de la película se desarrolla en aguas marinas, y el desafío técnico llevado adelante por sus artífices comprometió a la producción y especialmente los actores, que debieron interpretar sus papeles en espacios reducidos y hasta dentro del mar. En ese sentido Capitán Phillips guarda un realismo extraordinario, a la vez de mantener una tensión realmente angustiante. Greengrass, responsable de dos de los films del agente Bourne y de Vuelo 93 priorizó la verosimilitud por sobre cualquier otra cosa, logrando una pieza que atrapa en todo momento, aún a pesar de su extensión, pero que no deja demasiados resquicios para hacer algún otro tipo de formulación. Queda claro, sí, que pese a ser un film claramente norteamericano, los villanos no son sólo los desfallecientes piratas somalíes, sino los propios correligionarios del Capitán, que presuntamente desean rescatarlo. El sacrificado trabajo de Hanks es encomiable, pero los cuatro actores debutantes que interpretan a los somalíes ofrecen caracterizaciones fuera de serie, física, corporal y dramáticamente.