Con más ambición que “una de piratas”
El secuestro del buque mercante norteamericano Maersk Alabama por piratas somalíes en abril de 2009 es la base de este film que intenta conjugar los estremecimientos y placeres viscerales del cine de suspenso con la emoción del drama basado en hechos reales.
No hay novedad alguna en la siguiente afirmación: existe una zona en el cine de Paul Greengrass que intenta conjugar los estremecimientos y placeres viscerales del cine de suspenso –e, incluso, del de acción– con la emoción del drama basado en hechos reales. Vuelo 93 y Domingo sangriento son dos ejemplos perfectos de lo antedicho. Para ello, el realizador británico afincado en Estados Unidos ha encontrado un juego de estilemas que repite película a película, más allá de los pormenores de la historia en cuestión: cámara nerviosa y en constante movimiento, imagen granulada y colores de bajo contraste (que remiten indirectamente a cierto tipo de textura típica de los años ’70), búsqueda de detalles narrativos usualmente desechados en la producción más estandarizada de Hollywood. Basada en el libro de Richard Phillips que narra, en primera persona, el secuestro real del buque mercante norteamericano Maersk Alabama por piratas somalíes en abril de 2009, Capitán Phillips insiste en esas líneas de búsqueda de “realismo” cinematográfico que, a fin de cuentas, no es sino otra forma del artificio.
Luego de un breve prólogo en el cual Phillips (Tom Hanks) prepara sus bártulos para el próximo viaje en altamar, el relato se traslada sin demoras a Omán, en el sudoeste del continente asiático, con capitán y tripulación a punto de zarpar en viaje hacia Kenia. La primera escena será el único momento en el cual se verá a un miembro de la familia de Phillips: no hay aquí montajes paralelos que acentúen la carga emotiva a partir de las lágrimas de familiares y allegados, rasgo de inteligencia de un guion enfocado obsesivamente en los hechos puros y duros. De allí en más, el abordaje pirata, la resistencia, el secuestro del protagonista en un minúsculo bote salvavidas y la tensa y sangrienta resolución del conflicto luego de la aparición en escena de la Marina estadounidense. Vista como una narración de aventuras en altamar, Capitán Phillips entrega sus dosis de suspenso y emoción con efectividad, aunque no de forma expansiva: el film está más cerca de la claustrofobia de una película de submarinos que de los amplios horizontes de “una de piratas”. No hay muchos tiros ni puñetazos, pero la lucha por la supervivencia y el duelo de ingenios verbales y físicos entre tripulación y piratas tiene lo suyo.
Las limitaciones comienzan a aparecer cuando se consideran otras ambiciones que el film despliega sin ambages, sus aristas sociales, políticas y humanas. Un diálogo entre Phillips y Muse (Barkhad Abdi), el jefe del cuarteto de secuestradores, un joven somalí empobrecido dispuesto a todo con tal de hacerse de algo de dinero, encuentra a la pregunta indirecta del primero (“Debe haber algo más que ser pescador o pirata”) la respuesta: “Tal vez en América”. En ese breve intercambio y en la presentación del grupo de bucaneros modernos en una escena temprana, en su claro empeño por “humanizar” lo que en otra clase de películas serían directamente los villanos de turno, Capitán Phillips termina cayendo en la trampa de otra clase de reduccionismo. Simplificación que limita notoriamente los alcances de cualquier reflexión posible, una suerte de culpa primermundista de la cual, paradójicamente, se ironiza en algún momento de la historia. El último tercio de la crónica está dedicado al rescate del capitán del Alabama, teñido por una embobada fascinación ante el despliegue logístico y tecnológico (el coraje y la eficiencia) del poderío militar norteamericano, casi una versión moderna de la caballería al rescate.
Phillips será finalmente recuperado, no sin antes derramar necesariamente sangre (algo que no es celebrado ni representado de manera catártica). Y llegará el momento de la explosión emocional que no se le había permitido al personaje hasta ese momento, la clase de escena que sirve de señuelo para los premios Oscar. En el camino queda un film seguro del cómo contar la historia pero algo indeciso en cuanto a qué contar exactamente. ¿Es esta la odisea de un hombre común en circunstancias extraordinarias, una lucha por aferrarse a la vida sin traicionar los ideales? ¿O el retrato relativamente fiel de una consecuencia puntual de las complejidades políticas, sociales y económicas del mundo contemporáneo? Capitán Phillips quiere –y no puede– ser ambas cosas al mismo tiempo.