Cómo decirle que no a la piratería
Pocos directores actuales tienen la capacidad de tensar el relato, de imprimirle verosimilitud y vértigo a cada escena, como Paul Greengrass. Sus condiciones siguen intactas, lo que ha cambiado en su cine es el punto de vista. Su mejor película, Domingo Sangriento (2002), se valía de un montaje paralelo para contar como se organiza una protesta (en Irlanda y en los años 70) y a la vez como se organiza la represión de esa protesta. En este caso, sobreviven las buenas intenciones al principio, montaje paralelo mediante, al retratar la vida en un buque mercante y fugazmente mostrar las desesperantes condiciones de vida del reducido grupo de somalíes que intentará abordar el barco. Ese momento alcanza para no demonizarlos pero queda a la deriva cuando se produce el abordaje y la película se concentra en el heroísmo de su protagonista. Heroísmo de hombre común forzado por las circunstancias, interpretado a la perfección por Tom Hanks.
Lo que se cuenta es una recreación de un caso real (una especie de moda en Hollywood últimamente) ocurrido en el 2009. Basta con ver algunas imágenes de noticieros de lo que pasó para constatar el grado de fidelidad en la reconstrucción. Pero lo que prima, más allá de los esbozos que intentan contextualizar lo ocurrido, es el espectáculo. La vocación de Greengrass es doblemente recreativa.