Rescatando al capitán Phillips
El hecho de que Capitán Phillips, el último trabajo de Paul Greengrass, esté basado en un caso real o manifieste una cierta voluntad de la cámara para acercarse al registro documental, no lo libera de ser un producto elegantemente empaquetado pero tan previsible en su esquema narrativo que podría ser una historia de robo con rehenes, una lejana película básica del oeste o una odisea donde hay que enfrentar o sobrevivir a algún oponente (natural o humano). Es decir, cualquier historia que no deje espacio para atisbo alguno de ambigüedad o una dosis de matices en la construcción de personajes, y donde lo que prevalezca sea un saber absoluto sobre quiénes son los buenos y quiénes los malvados. Es fácil tomar como excusa, en este sentido, un acontecimiento que sucedió verdaderamente para disimular la intención de repetir al infinito el mismo universo moral y narrativo (que algunos críticos llaman enseguida “clásico” con apresuramiento).
Tom Hanks es el protagonista que encarna al capitán en cuestión y que es secuestrado por somalíes luego de que el barco que comanda es asaltado. El director maneja bien los picos dramáticos, la utilización de un único espacio casi asfixiante (el mar de noche sigue siendo aterrador) y la intriga; desde el punto de vista técnico es impecable. Hay que reconocerle la garra empleada para lograr determinados climas. No obstante, es casi imposible no detectar una galería de mecanismos para manipular las emociones a partir de ciertos ideologemas a los que nunca podrán escapar los americanos: el héroe que se sacrifica por la comunidad, que encarna los valores de la patria y la familia como ninguno. Y ese siempre va a ser el problema de esta clase de películas que, pese a ser efectivas narrativamente hablando, nunca relegarán la moralina. Dos o tres líneas de diálogo entre Phillips y sus secuestradores bastan para entender esto, del mismo modo que las escenas donde se evidencian las buenas intenciones del primero para con los otros aún en situaciones de riesgos y humillaciones (acá la verosimilitud que tanto seduce a deslumbrados críticos se va al diablo). Es tan noble Phillips que quiere curarles las heridas a los malhechores, que intenta persuadirlos de que abandonen la empresa y además les cuenta que lleva comida para los pobres de Africa en un gesto humanitario sin precedentes.
Sin embargo, el momento de mayor desfachatez discursiva se produce en medio de una peripecia riesgosa y tensa cuando el capitán trata de convencer a uno de los piratas de que se entregue porque es demasiado joven para morir (¡!). Es acá cuando me acordé de Rescatando al soldado Ryan, de Steven Spielberg, y la escena del perdón al alemán; el filme de Greengrass adolece de los mismos defectos: se pretende seria, es pobre discursivamente y disfraza con entretenimiento una moral por lo menos cuestionable. El espectador que pueda digerir eso y se conforme, saldrá satisfecho del cine y aplaudirá el triunfo de la maquinaria estadounidense para vencer al enemigo (los balazos contra los somalíes en el rescate son festejados como las trompadas de Stallone al ruso en Rocky IV; cambian las figuras pero el circo es el mismo). Parafraseando a Borges, “esa película fue hecha para él”.