Un capitán para nada triunfalista
Ver una película de Paul Greengrass se parece a ese placer (casi) perdido de disfrutar, ni más ni menos, de un buen relato. Greengrass es un gran narrador. Artífice fundamental de la tríada Bourne, responsable como lo fue de la segunda y tercera partes, absolutamente superiores a la primera así como definitorias de una delineación renovada dentro del cine de acción y espionaje.
El eco se sintió en el nuevo Bond, mientras las películas posteriores del director -Vuelo 93, La ciudad de las tormentas- lo han envuelto de un aura que remite, por momentos, al estilo rudo, viril, nervioso, del mejor John Frankenheimer (El embajador del miedo, El tren). Capitán Phillips se suma como ejemplo notable.
Desde una lectura apresurada, podría pensarse en una recreación patriota e insoportable de los hechos ocurridos en 2009, cuando el buque carguero del capitán Richard Phillips fuera abordado por piratas somalíes. Pero lo mismo pudo decirse -y nada de eso finalmente fue- de Vuelo 93 y su recreación del 11-S.
Por eso, el espectáculo está servido. Es decir, si hay piratas, será porque Capitán Phillips es una película de piratas. Claro que somalíes, pobrísimos, indigentes. Armados hasta los dientes con lo que roban o encuentran. Y con una cadena de mandos tan fantasmalmente siniestra como a la que responde el mismo Phillips (Tom Hanks).
Tales asociaciones, Greengrass las plantea desde diálogos sesgados, cuando los militares ordenan detener, como sea, el avance de la embarcación en la que escapan los somalíes. Allí dentro también está Phillips, su rehén. Y si bien el destino final se sabe, nada habrá de victorioso en su desenlace, menos aún cuando las fuerzas abocadas al cumplimiento de la misión estén graficadas -vía Greengrasss- desde un espesor estatuario, de mastodonte, como máquinas humanas sin sentimientos, que velan por la seguridad estadounidense. Que el pirata -escuálido, herido, muy pobre- quede en sus manos provoca, cuanto menos, escalofríos.
Pero para llegar a tal instancia, primero el derrotero gradual, in crescendo, con una tensión que no duda en ser contrarrestada con reclamos sindicales, miedos personales, vidas en juego, egoísmos. En medio de todo ello, el gran Tom Hanks, aquí y por fin, en un papel que le sienta perfecto, con una presencia en pantalla que sabe cómo jugar miradas cómplices, sustos, la desesperación, las resoluciones.
Aún cuando hay un lamento que pide por la familia, el Capitán Phillips de Greengrass no tendrá ninguna imagen final de reunión cálida, con banderas que flamean o cosa parecida (como sí lo hace Affleck en Argo), sino una intuición de desdicha, de escenario global desesperado, en donde unos piratas raídos y descalzos, saben de memoria cuál frase en inglés deben pronunciar: "No, Al Qaeda! No, Al Qaeda!".