Captain Phillips es una película necesaria en la carrera de muchos de los involucrados en ella. Es que con una premisa sencilla y sin demasiadas pretensiones permite barajar y dar de nuevo, especialmente para su director y su protagonista. Porque si bien es indudable que Barkhad Abdi, quien trabajaba como chofer al momento de ser elegido para interpretar a uno de los piratas somalíes, se ha encontrado frente a una gran oportunidad, la realidad es que tanto Tom Hanks como Paul Greengrass logran sacudir ese resentimiento en los músculos que les dejó haber hecho cosas similares durante tanto tiempo.
El realizador se ha vuelto un sinónimo del "shaky cam" (cámara temblorosa), técnica que convirtió en fetiche y que ha llegado incluso a perjudicar su propio trabajo. Desde ya que la cámara no para de sacudirse en Captain Phillips, no obstante esto se siente correcto y se muestra como una variante interesante de explorar, su marca personal funciona a la perfección arriba de un barco, donde el movimiento es una constante inevitable. Hanks, por su parte, en los últimos años ha optado por una filmografía acomodaticia y libre de riesgos, una zona de confort que bien podría ser digna del directo a video (Extremely Loud & Incredibly Close, Larry Crowne) de no ser por el peso que su nombre aún tiene. El actor optó por dejar de abrirse hacia terrenos inexplorados y en casi una década no ha tenido roles destacados (su Viktor Navorski de La Terminal es el último), acercándose al Robert Langdon de los libros de Dan Brown que tampoco lo han ayudado. Y si Cloud Atlas fue un comienzo en la búsqueda de nuevos desafíos laborales, su interpretación del capitán Richard Phillips es una confirmación de que se dirige en ese sentido.
El hombre no es un héroe, aunque las circunstancias lo hayan convertido en uno. Es quien lidera un buque de carga en su tránsito por las peligrosas aguas internacionales cercanas a Somalía y, como buen capitán de barco, es quien debe tomar responsabilidad frente a cualquier infortunio. Hace de tripas corazón y gana fuerzas al enfrentar una amenaza para la que no está preparado o para la cual los simulacros no ayudan. Y Hanks ofrece una actuación descarnada, sincera y emotiva como hace años no entrega, con un llanto desesperado, un quiebre del espíritu tan honesto y real que toca todas las fibras de nuestro ser. Esto lo hace en el marco de una historia muy bien llevada por Greengrass, con un ritmo notable que impide que esta se caiga aún con sus 134 minutos de duración. Estos, que parecen extensos a sabiendas de qué es lo que ocurrirá con el barco desde la sinopsis, no se sienten pesados, gracias a una conducción dinámica del realizador y a un guión como el de Billy Ray que elige no caer en solemnidades o golpes bajos.
El patriotismo bien pudo haber hecho destrozos en este film y sin embargo no es así, dado que en ningún momento se percibe una parcialidad semejante. De hecho director y escritor se ocupan de mostrarnos las motivaciones del personaje que interpreta de forma excelente Barkhad Abdi –uno de esos no actores que la rompen en su primera prueba delante de cámaras-, enseñándonos que él también es preso de las circunstancias y haciéndonos mover como un péndulo ante dos individuos que, si bien están enfrentados, en cierto sentido son víctimas. Greengrass tomó distancia de Matt Damon y volvió a retratar un acontecimiento real de secuestro de un medio de transporte masivo como hiciera en United 93. Lo hace como él sabe hacerlo, con una narrativa tensa y apasionante, sostenida a lo largo de más dos horas y con el quiebre en el punto justo, cuando espectador y personaje ya no pueden tolerar una agonía que devuelve a su intérprete al centro de la escena.