El título de este potente film realizado en República Dominicana, en coproducción con la Argentina, refiere en su aspecto coloquial dominicano a un niño molesto o, de manera menos usual, a los adultos que se comportan como niños o que son de naturaleza insignificante. En cualquier caso, en general, es una acepción de carácter despectivo.
En este caso, Carajita une su definición a una narración atravesada por las asimetrías económicas, sociales y culturales que representa la relación intramuros con el servicio doméstico y, en particular, cuando ese vínculo es además de crianza para los menores de la familia. Se sabe, el escenario de una familia acomodada es ideal para mostrar esta marcada diferencia social pero también representa el riesgo de caer en marcados estereotipos. Sin embargo, la historia de Sara y su niñera Yarisa, que tienen una relación de afecto absoluto, está muy alejada del fácil enunciado de la opresión de clases o de la desigualdad social.
Sara está con Yarissa desde sus cuatro años y, ya adolescente, mantiene ese vínculo incluso por encima de la hija de la empleada, llamada Mallory, y todo se mantiene inalterable en esa relación cuasi-filial hasta que se desencadena un conflicto de difícil resolución. Inteligentes actuaciones enmarcan este drama íntimo que los directores manejan con mucha sutileza y sensibilidad de la mano de secuencias de gran virtuosismo visual en un relato marcado por la tragedia, la culpa y el difícil camino latinoamericano de la responsabilidad.