El amor en los tiempos sórdidos
Si hay alguna especificidad en lo que se ha llamado, con una categoría tan amplia y general (es decir cómoda), “nuevo cine argentino”, esta tiene que ser –y aún más en el caso del director y guionista Pablo Trapero- lo que se ha denominado desde hace algunas décadas en fotografía, pintura y escultura “hiperrealismo”: una “construcción artificial” que, sin embargo, se encuentra profundamente imbricada en (y desde) lo real. Tan real que detalla minuciosamente a los protagonistas y su entorno.
En el cine de Trapero son personajes de clases bajas, en “los bordes de lo real”, que pugnan por (sobre)vivir ante la debacle de nuestro país durante la década del ‘90. Así se pudo ver en películas como Mundo grúa, El bonaerense o Leonera. Carancho sigue la misma línea.
Protagonizada por Ricardo Darín (Sosa) y Martina Gusman (Luján), Carancho narra una historia de amor entre dos personajes disconformes: un abogado que perdió su matrícula y que participa de un millonario negocio (juicios en accidentes de tránsito), y la joven médica recibida (llegada del interior), que está en la ambulancia de guardia, extenuada por los pesados ritmos del trabajo. En un accidente se conocerán, y la historia de amor evolucionará hacia el film negro o policial: la “industria del juicio” en la que participa el “carancho” Sosa –un entramado corrupto donde policías, médicos y abogados participan- no lo dejará escapar, y la violencia irá in crescendo. Hasta el final de la historia.
Trapero dijo que con Carancho pretendió “trabajar una historia de amor en este universo tan intenso con personajes de los que generalmente se tienen muchos preconceptos. La película supera los estereotipos: intenta construir personajes fuertes en una historia de amor. Ella no está haciendo lo que quiere y él nunca pudo hacer lo que quiere: ese es su punto en común. Por un lado, un exterior intenso y violento, y por el otro, un interior en calma, sumido en la tensión. En eso hay una extrañeza en la que me gustaba ahondar”. Sin embargo el “ahondamiento”, más que en los personajes –que quedan en gran medida herméticos-, se da, como si fueran capas sucesivas, en las escenas y personajes que acompañan a los dos protagonistas. Entre el amor y la violencia, cada “pincelada” de Trapero construye la “hiperrealidad” de una Argentina degradada, sórdida.
Con algunos buenos giros y escenas impactantes (como la pelea en la guardia entre barrabravas o la “fabricación” que hace Sosa de un herido), y algunas actuaciones logradas (no como Gusman, que ha logrado el oxímoron de ser una actriz-inexpresiva en este papel), Carancho muestra un “submundo”, un “circuito” de la realidad que está… muy cerca de nosotros.