La ópera prima de la brasileña Carolina Markowicz (después de un interesante recorrido por festivales internacionales con sus cortometrajes) es una verdadera revelación y toda una sorpresa: un guion que aborda una temática difícil de consolidar en la pantalla, un punto de vista muy particular alejado de la clásica mirada femenina y un elenco que sostiene una tensión creciente, con un enorme trabajo de César Bordón. Unas cuantas razones, y otras propias que puede ir encontrando cada espectador, para acercarse al cine a ver el estreno de “CARBÓN”.
Con el marco de las afueras de San Pablo, en la zona más rural y vulnerable de la región, una familia que se encuentra pasando por aprietos económicos decide aceptar una propuesta para ganar una suma de dinero que a simple vista parece un trato sencillo. La enfermera que visita al anciano que está postrado en la casa familiar, les propone usar esa habitación para hospedar a un narcotraficante argentino que ha simulado su muerte (Miguel, a cargo de César Bordón) y que por lo tanto, necesita un refugio clandestino donde sea imposible ubicarlo, ofreciendo a cambio una importante suma de dinero para que el ofrecimiento resulte atractivo.
El arquetipo que trabaja Markowicz desde su propio guion haciendo eje en la figura de Miguel, permite, en principio, no solamente referirse a una marcada diferencia de clases y a los problemas sociales que padecen los sectores más empobrecidos, sino que al mismo tiempo instala en la figura del huésped agresivo y violento, el elemento que desequilibra la endeble estructura familiar imperante previo a su llegada y que impacta, de diferentes formas, en cada uno de los integrantes (es duro ver cómo afecta fundamentalmente la vida del hijo de esta familia, que se ve inmerso en situaciones sumamente complejas para su edad).
Lo que en las primeras imágenes se puede presentar como un drama con tintes sociales y la visión realista de un grupo completamente fuera del sistema, va dando paso a una sátira con pinceladas de humor negro y virada al costado más políticamente incorrecto volviendo. Markowicz trabaja sobre el filo de la navaja la temática de aquellos límites morales (si es que los hubiera) que se corren bajo la típica premisa de que el fin justifica los medios.
Con una fuerte inspiración en el cine de Kleber Mendonça Filho, en esta ópera prima la directora trabaja sobre la desolación y el desamparo de la sociedad actual, de los sectores más marginados e indefensos, que de una forma distópica trabajaba “Bacurau” y que, en este caso, elige tratar con un humor ácido y directo, sin dejar de lado el testimonio y la denuncia que subyacen bajo el relato. También, quizás sin proponérselo, dialoga con otros de los títulos del mismo director, “Aquarius”, cuando en una escena de “CARBÓN” el cura del pueblo cita un fragmento de la Bibilia donde menciona a “la madera infectada de termitas”.
La cámara saber reflejar las tensiones que se van desenvolviendo entre los personajes, sobre todo la ambivalente relación que entabla Irene, la dueña de casa con Miguel, y con un marido que no sólo no la protege del “inquilino” sino que parece tener otros intereses, algunas pulsiones ocultas que no salen del todo a la luz.
Una familia convencional, apegada a los mandatos y creencias religiosas, y fundada en la dignidad con la que viven –aún en su pobreza material-subvierte su escala de valores ante la aparición de una propuesta económica en donde, una vez más, el dinero parece oscurecerlo todo.
Si bien el planteo de Marcowicz es sumamente interesante, mucho más lo es el modo en que va develando las capas de su relato y cómo va tomando posición en pequeños detalles y acciones que van desarrollando sus personajes. Para ello, cuenta con dos trabajos de excelencia que se potencian con una muy buena química en pantalla.
Maeve Jinkings es Irene: una mujer abatida por la enfermedad de su padre, las presiones económicas, un matrimonio que parece llenarla de insatisfacción y que ve en Miguel la posibilidad de generar recursos económicos, aunque con la llegada comienzan a generarse otro tipo de tensiones entre ellos.
César Bordón (que sigue sumando muy buenos trabajos en el cine como su protagónico en “El Tío” o sus participaciones en “Un crimen argentino”, “Relatos Salvajes” o “El silencio del cazador”) se apodera de su personaje y logra trabajar diferentes tonos, jugando con los idiomas (portugués y español), aprovechando a disparar algunas líneas en perfecto argento en los momentos más desbordados de Miguel, lo que le dan un toque sumamente particular.
“CARBÓN” elige dejar de lado esa dualidad típica de buenos y malos, para abocarse a una tarea mucho más compleja, donde la ética recorre una delgada y borrosa línea. Y allí la directora pone su cámara al servicio de la reflexión, el cuestionamiento, la crítica y demanda esa toma activa de posición por parte de cada uno de los espectadores.