Rara representante de la poco explorada coproducción entre nuestro país y la -intramuros poderosa- industria del cine brasilero, es la realización de Carolina Markowicz la que devuelve también a nuestras pantallas a una cinematografía de gran calidad artística y meritoria historia, pero que en nuestro país se ve escasamente, más aún comparando el caudal de su producción. Por eso cualquier aparición en nuestras pantallas del cine rodado en Brasil merece celebrarse, más no sea para intuir sus contenidos y aunque los resultados no estén a la altura de la propuesta.
Eso sucede, aunque solo en parte, con la historia de una familia rural que a duras penas atiende al abuelo enfermo hasta que recibe el ofrecimiento de alojar a un extranjero que resulta ser un prófugo. El solitario deberá convivir con la familia que se mantiene como puede con una rudimentaria fábrica de carbón y que intentará mantener valores de dignidad y tradición hasta que el criminal los confunda con su cotidiana -e incómoda para sí y para terceros- presencia.
Y aquí es donde Carbón va del drama social hacia el humor negro y en ese cambio de horizonte discursivo confunde por momentos el tono de la película sin acertar en la variación de atmósfera que la trama plantea. Una delicada fotografía que explora la sordidez del ambiente y sólidas actuaciones -subyacen los protagónicos de Maeve Jinkings y César Bordón-, permiten que la crítica social tenga más relieve que la farsa teñida de negrura que envuelve por momentos los secretos que intentan mantenerse ocultos. El relato vuelve a cambiar de tono hacia un final inesperado y teñido de la violencia que late en esos marginales y postergados ambientes que el cine brasilero conoce y sabe mostrar con inteligencia desde los lejanos e inolvidables tiempos del Cinema Novo.