Carlos

Crítica de Fernando G. Varea - Espacio Cine

Militante de la violencia

No era sencillo contar la historia de Ilich Ramírez Sánchez, alias Carlos, terrorista venezolano que, desde su participación en la causa del Frente Popular para la Liberación de Palestina a comienzos de los ’70 hasta convertirse en mercenario al servicio de países árabes dos décadas después, fue atravesando una trayectoria progresivamente oscura, conectado siempre con facciones de distintos gobiernos beligerantes. Olivier Assayas (1955, París, Francia) consigue hacer de esa historia algo vivo, cercano, movilizador.
Apenas comienza Carlos, ya se lo ve al protagonista polemizar con alguna de sus compañeras en torno a la legitimidad de la lucha armada. “No sirve desfilar”, dice, cuando le preguntan por qué no participó de una marcha contra Pinochet. Pronto, la rapidez y frialdad con las que lleva a cabo algunos atentados o mata policías para no ser arrestado, lo muestran más como un inconmovible defensor de sí mismo que como militante idealista. Sus maniobras, sumadas a su imagen de galán duro, llevaron al periodismo a alimentar la leyenda: “Match: Carlos 3, DTS 0”, titulaba Liberation su asesinato de tres agentes, como si se tratara de una competencia deportiva.
Assayas (director de las excelentes Irma Vep y Las horas del verano) convierte este trayecto por la vida de Carlos en un intenso retrato de época, con una ambientación nunca enfática, iluminación de tonos terrosos y buenos aportes musicales (que comprenden desde Pablo Milanés hasta New Order y The Feelies).
A diferencia de lo que seguramente hubiera ocurrido en manos de productores hollywoodenses, Carlos no se deslumbra con el lujo que anida en los centros del poder: no hay lustrosas imágenes de embajadas o de prolijos funcionarios en pose. Acá todo es sanguíneo y sucio, un hervidero, una discusión permanente. Ni siquiera la cuantiosa suma en dólares que el protagonista acepta, renunciando a sus objetivos y enfrentándose con compañeros y mandamases (un momento de quiebre en la película), implica despliegue de dinero o de ostentaciones en el film.
Otro acierto de Assayas ha sido la construcción física del personaje principal, ayudado indudablemente por la cinematográfica presencia del actor Edgar Ramírez. Tanto cuando ejecuta sus sangrientos planes como en la intimidad (solo o con cualquiera de sus mujeres), aparece egoísta, tan sagaz como arrogante, sensual pero displicente, fumando siempre, como una suerte de rock star ajeno a los sentimientos de los demás.
Aunque el formato original de Carlos es el de una miniserie televisiva, fue filmada en 35 mm y en cinemascope, y la versión estrenada en cines (cuya duración se redujo a la mitad del original) es obra del propio director. Esta reducción del material implica que hayan desaparecido escenas de la infancia del protagonista y que ciertos personajes tengan un desarrollo muy breve. En nuestro país, además, lamentablemente, se ha estrenado sólo en copias en DVD.
Pero aún así, Carlos (que se presentó con gran repercusión en Cannes y fue premiada por la Asociación de Críticos de Los Ángeles y de New York) es una experiencia excitante, con recordables secuencias como la del secuestro de ministros de países exportadores de petróleo durante la cumbre de la OPEP en Viena, en 1975, tramo no sólo apasionante por su tensión narrativa sino, también, por su concurrencia de ideas estimulantes y contradictorias.