Ricky es un joven que se ha criado en un entorno de delincuencia y que vive rodeado de prostitutas, drogadictos y proxenetas y cuyo sueño es reencontrarse con su madre, encarcelada cuando él tenía 12 años. Cuando finalmente logra el ansiado reencuentro, le hace a su progenitora un regalo muy especial: un club por el que transitan individuos de la clase más baja siempre dispuestos a la venganza, la traición y la lujuria. Sin embargo, las cosas no salen tal como lo esperaba Ricky, ya que su madre, acostumbrada a la vida carcelaria, no recuerda que tiene un hijo e intentará toda clase de triquiñuelas para volver a prisión. En este punto comenzará una aventura trágica, una carrera de obstáculos protagonizada por ese joven y por su grupo de amigos, entre ellos un proxeneta, un matón con el desarrollo mental de un adolescente y un travesti convencido de que desciende de la familia real.
Entre torturas, sangre y odio a esos personajes se suman otros tantos iguales o más sanguinarios que acompañan a Ricky en sus cotidianas andanzas, y así la historia va entrelazando entre la muerte y la violencia un thriller en torno a gente que tiene que luchar cada día para hallar un poco de dignidad en sus absurdas vidas.
El director sevillano Paco Cabezas logró un retrato casi salvaje de esas criaturas que no logran una estabilidad en ese micromundo. El muy buen trabajo de Mario Casas responde cabalmente a lo intentado por el director, mientras que Luciano Cáceres, Vicente Romero, Darío Grandinetti y Ángela Molina apoyan con indudable capacidad esta historia que si por momentos abusa de las escenas más escalofriantes no por ello deja de radiografiar un pequeño mundo en el que los vicios, la maldad y la humillación juegan su gran partida