De putas y humor crudo
A primera vista, Carne de neón (2010) podría ser un típico film sobre tipos recios que, engendrados bajo la ley de la calle, no les cabe el mínimo remordimiento por el negocio sucio de la prostitución forzada al que se dedican por tiempo completo. Sin embargo, la desopilante crueldad de la trama quedará de fondo, cuando la extravagante hibridación de géneros y el particular estilo de su director Paco Cabezas, transformen la vida marginal y la violencia sangrienta en un extraño escenario para el humor. Claro que uno bastante negro y desorientador.
Ricky (Marios Casas) es un joven ventiañero con una vida dura. Hijo de una prostituta (Angela Molina) que lo abandona a los 12 años, habita un barrio funesto rodeado de contrabandistas, asesinos y cafishos de poca monta. Una vida entera dedicada al negocio ilegal, en la que pudo hacerse de un puñado de amigos y colegas en el rubro: La infantita (Dámaso Conde), una travesti que sueña con ser estrella porno pero la acongoja la decisión de tener que operarse, Angelito (Vicente Romero), el tipo que trae nuevos negocios y obliga a su novia adicta a prostituirse y El niño (Luciano Cáceres), un forzudo de pocas luces encargado del trabajo sangriento. Anhelando recuperar el amor de su madre, Ricky abre un prostíbulo de trata de blancas donde ella pueda trabajar cuando llegue el día que salga de prisión. Pero todo saldrá de su cause cuando él descubra la enfermedad de su madre y el arsenal de mafiosos que ansían destruirlo.
Una cal y una de arena. De un lado a otro del cuadro, una bala pasa en cámara lenta atravesando la primera toma de Carne de neón. Un comienzo prometedor para un film de acción que, en el discurrir de la historia, parece debilitarse en el tratamiento poco delicado sobre la trata de personas, como en la escena donde la inauguración del prostíbulo, celebrada con champagne, luces de colores y esclavas sexuales, es musicalizada con un tema más apropiado para una comedia romántica. Sin pretender una lectura minuciosa del asunto, el uso de estos recursos generan, no menos, que ruido en el espectador. A esto se suma una realidad preocupante en la sociedad argentina entorno a la explotación sexual de mujeres, una problemática actual que puede traducirse en una especial sensibilidad del público local al recibir un film de este tipo.
No obstante, existen aspectos dentro del film que hacen de Paco Cabezas un director codiciado entre los productores de Hollywood. Y esto se encuentra en el manejo de cámaras cuando de escenas de sangre y acción se trata. Esto sucede al promediar la película, cuando la aparición de un capo mafia (Dario Grandinetti) da paso a un logrado cambio en el tono de la historia, redireccionada lo más siniestro. Las huellas estilísticas de films precedentes son reconocibles en Carne de neón, como el tipo de vestimenta y los modismos gangster de los personajes de Snatch: Cerdos y diamantes (Snatch, 2000) o la acción ralentizada de las imágenes de El club de la pelea (Fight club, 1999) o el calibrado uso de suspenso, violencia y humor negro que, magistralmente, lleva adelante Alex de la Iglesia en sus películas.
Recordando que la crítica no es más que una reflexión particular sobre un film, queda en el público realizar sus propias observaciones sobre esta película que incluso su mismo director calificó de arriesgada. Un panorama no muy alentador.