Por un puñado de personajes al límite
Es muy sencillo salir del cine y decir que Carne de Neón, último trabajo hasta la fecha del guionista y realizador Paco Cabezas (Aparecidos, SexyKiller), es un homenaje (o pseudo plagio, como se quiera ver) a la forma de hacer cine de cineastas como Guy Ritchie o Quentin Tarantino, y seguramente a los que tiendan a opinar de esa manera no les faltará parte de razón.
Pero es que la gente tiene muy poca memoria cinéfila y no se acuerda de que el cine empezó hace muchísimo tiempo. Lumet, los primeros trabajos de Scorsese, Arthur Penn... películas como Tarde de perros, con personajes que tienen que sobrevivir; que viven el día a día; que están siempre al límite; que se preocupan de cómo van a pasar esa noche, que van a comer, personajes que están con el agua al cuello, al límite. Los protagonistas de Carne de Neón, un largometraje cuya idea nació de un multipremiado corto firmado por el propio director, cumplen a la perfección con todas estas características que acabamos de enumerar. Si a eso le añadimos un montaje a ritmo de videoclip, unos diálogos que se escupen más de lo que se hablan, y una ingente cantidad de hemogoblina que salpica cada fotograma, tendremos las pautas básicas en las que se asienta esta divertida y muy recomendable producción.
No deja de ser algo extraño el hecho de que tratándose de una coproducción hispanoargentina, protagonizada por una estrella de la talla de Mario Casas (de quien hace muy poco también se estrenó en carteleras argentinas la muy prescindible Tengo ganas de ti) haya tardado en aterrizar casi tres años. Aquí, el idolo de masas quinceañeras da vida a Ricky, un chaval que se ha criado en la calle a base de trapicheos desde que fue abandonado por su madre a los doce años. Su crecimiento se ha visto ligado a prostitutas, chulos y yonkis, quienes han constituído su verdadera familia. Ahora, con veintitrés años, se decide a inaugurar un club de alterne, con todos los obstáculos de mafiosos y corruptelas varias que eso conlleva.
Si bien el actor principal sigue mostrando un verdadero problema a la hora de acometer cualquier rol al que se le exija un mínimo de profundidad, su horrenda dicción tampoco ayuda a hacer creíble ninguna de sus caracterizaciones, y en esta ocasión no estamos ante una excepción, precisamente.
Donde sí brilla la propuesta es en la aparición de un ramillete de personajes secundarios que sostienen la película a base de coraje y buen hacer, destacando sobremanera la presencia de Vicente Romero, como Angelito, un ladronzuelo de poca monta de buen corazón que se convertirá a lo largo del metraje en un auténtico robaescenas, y Dámaso Conde, quien borda el personaje de un travesti, cuyo sueño es convertirse en madre, lo que nos proporcionará los momentos más emotivos de la película. En cuanto al elenco femenino, encontramos a una Ángela Molina como madre del héroe de la función un poco pasada de vueltas; una guapísima y lolitesca Blanca Suárez, como chica secuestrada, y a Macarena Gómez, muy convincente en su rol de drogadicta desdentada de muy mala vida. La cuota argentina viene de la mano del siempre convincente Darío Grandinetti, a quien le toca ponerse en la piel de sádico villano que hará la vida imposible a los singulares emprendedores, sumada la aparición fugaz de Luciano Cáceres en el rol de El niño.
En definitiva, estamos ante un divertimento cargado de violencia y mala uva, que cumplirá las expectativas de todos aquellos que quieran pasar un buen rato sin buscar explicaciones más profundas ni segundas lecturas de aquello que se nos muestra en pantalla. Y es que el mismo Paco Cabezas ya lo dejó claro el día de la presentación del film, donde afirmó que entendía que existiera el cine contemplativo, que el cine como arte tiene su función, pero que sin embargo le parecía que como espectador se daba cuenta de que necesitaba entretenimiento, porque para él el cine es como una droga y necesita que sea cada vez más intensa.