En 2005 el español Paco Cabezas dirigió un cortometraje titulado “Carne de neón”, con el cual obtuvo algún premio por allí. Dos años después anduvo por la Argentina por primera vez para filmar “Aparecidos” (2007), una de terror con Héctor Bidonde y protagonistas españoles. Con más plata, y seguramente con ganas de ampliar el cortometraje, en 2010 volvió a nuestro país para realizar su versión larga de “Carne de neón”, manteniendo casi el mismo elenco del original y agregando actores argentinos, los que en su mayoría están doblados. Por último, Hollywood lo importó a sus filas para realizar “Tokarev”, con Nicholas Cage, a estrenarse en el 2014. Hasta aquí un poco del currículum vitae de este realizador que va en la línea estilística (salvando las distancias) de Robert Rodriguez, Quentin Tarantino, Guy Ritchie y el resto de los imitadores. Aclaro esto, pues así el espectador tendrá cierta idea de la estética que caracteriza a esta comedia negra de acción.
Ricky (Mario Casas) nació en el ámbito sucio, corrupto y prostibulario de una ciudad de Europa (las locaciones en Buenos Aires no pretenden mostrarla como tal). Su madre (Angela Molina), prostituta, está presa y él, que ya se mueve en el sub-mundo como pez en el agua, pretende poner un cabaret para ser regenteado por ella cuando salga en libertad. Todo a pesar de los consejos de su amigo y partenaire Angelito (Vicente Romero), un cafisho de mala muerte que también anda en la “joda” de hacer plata fácil. Según él, “El Chino” (Darío Grandinetti), “capo” mafia de la ciudad, no es muy fanático de la competencia sin su “bendición” a cambio del 50% de las ganancias.
Bien al estilo de los directores mencionados, pero sin ofrecer una trama con formato de rompecabezas, “Carne de Neón” ofrece varios personajes secundarios que, como tales, constituyen las subtramas. Cada uno anda en la suya, pero metido en el mismo círculo con lo cual, eventualmente, todos los hechos confluyen hacia el mismo río.
Paco Cabezas no anda con eufemismos a la hora de filmar acción, tampoco da tregua al humor negro (y a veces muy ácido) que propone; ni al ritmo vertiginoso de la compaginación de la cual es responsable Antonio Frutos. Va a una velocidad intensa, ya sea siguiendo el hilo narrativo, rebobinando la acción, o deteniéndola en seco para que las voces en off de Ricky o Angelito actúen como narradores de la situación, y de gags cuyo remate es endilgado a la imagen.
El resto del elenco cumple a rajatabla con lo hecho en el cortometraje de 2005 y, en todo caso, ofrece crecimiento a cada personaje. Por el lado argentino, Luciano Cáceres se luce manteniendo el mismo matiz constante, dejando que la circunstancia se acomode a la acción o al humor, y Darío Grandinetti compone un villano creíble dentro del género.
A “Carne de neón” sólo puede achacársele el instalarse dentro del estilo sin ofrecer nada nuevo, y dos o tres momentos en los cuales la línea entre el humor negro y el mal gusto se vuelve muy fina. Por lo demás resulta, simplemente, una película muy entretenida.