El Fin y los Medios
Después de la pésima Aparecidos, una historia de fantasmas ubicada en la Patagonia , que tenía como protagonistas a dos hermanos españoles, que eran perseguidos por militares y recibían la ayuda de espíritus de desaparecidos de la dictadura, el español Paco Cabezas, regresa a filmar a la Argentina una llamativa obra que supuestamente debería suceder en España, pero cuyo escenario son los barrios de Buenos Aires.
Al principio es un poco extraño ver a todos los autos con placas españolas, la policía integrada por españoles, y que básicamente la mayor parte del elenco hable con acento español, y que pareciera que los pocos argentinos presentes sean los extranjeros. Pero cuando uno se acostumbra a esta fantasía o realidad paralela que propone Cabezas, sin que le importe demasiado el verosímil del espacio físico, dónde se sitúa la historia es lo menos discutible de Carne de Neón.
El protagonista, Ricky, decide darle un regalo a su madre que está por salir de prisión por ejercer la prostitución: un burdel, Hiroshima. Para eso le pide ayuda a Angelito, su mejor amigo, proxeneta y buen conocedor de antros, y ambientes marginales para que lo ayude en su misión. Ricky, Angelito su guardaespaldas, El Niño, salen a buscar inmigrantes ilegales, vendidas como trata de blancas. Al principio, el negocio prospera, hasta que aparece El Chino, un gángster que monopoliza la prostitución de la ciudad y le pide una parte de las ganancias de Hiroshima.
Paco Cabezas realiza una suerte de thriller a lo Guy Ritchie, intercalando humor, acción y dramatismo en esta ciudad ficticia. Las nacionalidades que importan son las de las mujeres extranjeras secuestradas para ser usadas como esclavas sexuales. Cabezas apela a los peores golpes bajos posibles y guarda reminiscencias con otras películas: desde una inmigrante africana embarazada (parecida a la de Niños del Hombre), hasta escenas de violaciones y sodomías. Sin embargo, a pesar de todo, el guión tiene una búsqueda formal y una construcción alrededor de la relación madre/padre – hijos/hijas que es bastante interesante. Más allá del sentimentalismo, se nota una intención de parte de Cabezas de generar una suerte de cómic al estilo Sin City, con personajes sólidos y actuaciones verosímiles, a pesar del tono caricaturesco de varios de ellos.
La estética videoclipera, está bastante bien aplicada en función de la historia y el mensaje anti trata. La fotografía y dirección de arte remite un tratamiento crudo, similar al que podría aplicar Joe Carnahan o Alejandro González Iñarritú. Esto demuestra, sin duda, las ambiciones y pretensiones de Cabezas.
La películas es dinámica, tiene ritmo y humor. Y en este sentido es donde se genera la mayor incomodidad acaso, ya que por momentos, Cabezas se deja tentar por cierta mirada misógina y sexista que contrasta con el mensaje final. La película tiene momentos extremos, pero a la vez la tensión de ciertas escenas son dignas de admirar.
Es un trabajo impecable en su factoría técnica, que profundiza en un tema demasiado serio, y que con una estética modernosa, “cool” como trasfondo desorienta por sus contradictorias intenciones.
Es realmente destacado el trabajo de Vicente Romero, el cómic relief del film; de Luciano Cáceres como El Niño – trabajo introspectivo, austero, diferente a lo que nos tiene acostumbrados en la televisión argentina – de Darío Grandinetti como el villano de turno y, especialmente de eterna Ángela Molina como la madre de Ricky, una prostituta con Alzheimer.
Películas, con tantos golpes, con una visión tan marginal del mundo, tan cruda es blanco fácil de críticas, y más especialmente si se cruzan los géneros, pero al mismo tiempo es imposible no reconocer, que el relato fluye, que todas las intenciones de Cabezas, terminan por tener coherencia en la resolución final del film, y para enfatizar la moraleja.
Que para el debate y la reflexión, si en este caso el fin justifica los medios.