Entre lomos y riñones
Si de algo se le acusa muchas veces al género documental es de ser demasiado esquemático y solemne, otras veces aburrido y de generalmente no apostar al humor. Bueno, Carne propia (2016) es todo lo contrario a eso.
Un viejo toro Aberdeen Angus es llevado a un matadero para ser sacrificado. En el derrotero a su anunciada muerte, el animal de la raza productora de carne más reconocida en el mundo entero, irá recordando (con la voz de Arnaldo André) la historia de uno de los alimentos que más identifican la cultura gastronómica nacional, de cómo esta influye sobre nuestras vidas, y por supuesto el rol corporativo que se esconde detrás con la Sociedad Rural a la cabeza.
Romero se corre del documental clásico y logra una vuelta de tuerca en el relato al otorgarle el punto de vista a la propia carne. La trama está construida a partir de los recuerdos que tiene el viejo animal del tránsito por esta vida. Desde sus años gloriosos como campeón en la Rural, su pasaje por alguna que otra estancia y de cómo los movimientos políticos y económicos fueron repercutiendo sobre su vida (o la de la carne). Pero ese viaje, que lo lleva a su muerte, también servirá para que a medida que atraviesa algunos lugares se reconstruya la historia del Pueblo Liebig, la del 17 de octubre en el barrio de Berisso, o la de un Frigorífico recuperado por sus trabajadores y convertido en una Cooperativa.
Para armar la historia, Romero trabaja con imágenes de archivo y testimonios de personas involucradas en las historias del relato que el viejo toro va recordando. Mezcla de road movie con comedia negra, Carne propia apela a una acidez carente muchas veces en un género demasiado formal, que no se permite jugar (y mucho menos con la acidez y el humor negro). Incorrecto políticamente y crítico en todo sentido, Carne propia pone toda la carne en el asador y el resultado es para chuparse los dedos.