La mirada no tiene moral
Todd Haynes ya ha demostrado con creces su dominio del melodrama y su disposición a ciertos códigos y maneras de entender las historias. Las referencias a las películas rosas de Douglas Sirk son marca registrada en su cine y vuelven a aparecer aquí en Carol -2015-, pero también la contraposición de las historias de amor en el seno de sociedades hipócritas y en un contexto histórico sumamente hostil para quienes pretendían salir del closet.
De la recordada Lejos del Paraíso (Far From Heaven -2002-) a esta adaptación de la novela autobiográfica de la escritora Patricia Highsmith, Carol (en realidad The Price of Salt, que tuvo que firmar con seudónimo Claire Morgan) han pasado varios años pero la fórmula se repite, es decir, la apuesta al esteticismo y a la sensibilidad para acomodar una historia sencilla con profundas raíces melodramáticas, que apela con armas nobles a la liviana denuncia de la doble moral en épocas donde la mirada también se juzgaba desde un banquillo demasiado elevado.
Pero la mirada no tiene moral o por lo menos ese es su costado interesante como signo de los tiempos y es lo que en definitiva prevalece en Carol, aunque el defecto de la película del director de Safe -1995- es no mantener el punto de vista en un personaje y diversificarlo.
Por eso Carol, como título resulta un tanto engañoso, dado que quien mira, observa es Therese Belivet –Rooney Mara- desde el primer momento que descubre entre la gente que entra a la tienda de Manhattan, donde ella vende juguetes, a la elegante y distinguida Carol Aird –Cate Blanchett-, con quien rápidamente establece una relación que pasa por los estadios de la fascinación, el deslumbramiento y el enamoramiento propiamente dicho.
No obstante, Carol, el personaje, no se destaca por su lucha sino por su capacidad de seducción y la franqueza a la hora de encarar su historia de amor con una joven con ínfulas de llevarse todo por delante, tal vez de despertar ante el letargo de la rutina y la inercia en tiempos donde el feminismo ni siquiera se contemplaba.
Hasta aquí todo sería normal y convencional si dejáramos de lado el contexto en el que se desarrolla esta historia de amor entre dos mujeres, más allá de la notable diferencia de edad entre una joven de 19 años y una burguesa casada y con una hija. Sin embargo, el contexto no se define en el film desde el lugar más clásico, sino a través del detalle y de la mirada dentro de ese espacio furtivo.
Todd Haynes logra construir con pocos elementos un melodrama sólido, familiar y romántico, sin ninguna necesidad del golpe de efecto o subrayar para que su relato transite con fluidez y encuentre el tiempo adecuado sin perder de vista el medio tono elegido. Para ello es sustancial el aporte de la fotografía de Edward Lachman, una banda sonora omnipresente a cargo de Carter Burwell –merecida nominación al Oscar- y la química entre Blanchett y Mara (ambas con nominaciones en sus respectivas categorías).
No es antojadizo tampoco que Therese tenga afición por la fotografía, porque nuevamente la mirada sobre Carol dibuja otra historia a partir de la percepción femenina, contrapuesta con el realismo planteado de antemano en un universo machista y que opera como bisagra entre el mundo de ellas, sensual, prohibido (sin duda el que más le gusta retratar a Haynes) y rodeado de tristeza frente al otro mundo de clausura moral.