Delicada historia de amor con dos actrices intensas
En 1951, Patricia Highsmith ya había escrito su primera novela, "Extraños en un tren", pero todavía no podía vivir de la literatura. Así que tomó un puesto de vendedora de juguetes en una gran tienda. Un día se le acercó una clienta muy fina, envuelta en pieles, de mirada penetrante, compró una muñeca para su hija y dejó la dirección para su envío. A la salida, Highsmith anduvo rondando por ese lugar. Respirándolo. Esa misma noche empezó a escribir su segunda novela.
Se inspiró en esa mujer, en ella misma (dándose aires de frágil), y también en otra que perdió la tenencia del hijo cuando el exmarido llevó a Tribunales la prueba de sus amores prohibidos. En aquel entonces, ciertas agitaciones del corazón se contaban de otra manera, o tenían otro destino. Publicada con seudónimo como "El precio de la sal", la novela fue un suceso en determinados círculos. Mucho después, a fines de los 80, Highsmith la reeditó con su nombre, bajo el título "Carol". Entonces ya era una conocida escritora de asuntos criminales. ¿Pero había algún crimen en esa historia?
Uno de sus aciertos es, precisamente, haber logrado para sus personajes y sus lectoras esa sensación de estar con el alma en un hilo, entre la fascinación, la turbación, el miedo a las consecuencias y la posibilidad de esquivarlas. Otro acierto, la capacidad de potenciar cada detalle y hacer reconocible hasta la menor inquietud del espíritu. Todd Haynes, autor exquisito, y Phillys Nagy, adaptadora, transfieren esas cualidades a la pantalla, y las envuelven en una hermosa melancolía, muy adecuada para esta delicada historia de amor, donde tienen tanto peso las miradas, las inquietudes, los sobreentendidos, y la conciencia de otra época.
Hay muy pocos cambios respecto a la novela. La empleadita pasa de diseñadora vocacional a fotógrafa demasiado tímida para retratar personas, y la narración ya no tiene su sola voz. No mucho más que eso. Por lo demás, Rooney Mara y Cate Blanchett, en ese orden, se muestran intensas y maravillosas. Kyle Chandler, el joven Jake Lacy, Sarah Paulson, muy adecuados. Como la música medio tristona, la ambientación, y las imágenes, con mucho uso de espejos y ventanas. Al respecto, Haynes y su habitual director de fotografía Edward Lachman han aclarado muy bien sus fuentes de inspiración emocional y visual. No Douglas Sirk, al que apelaron para "Lejos del paraíso", también ubicada en los 50. Y menos el Wong Kar-wai de "Con ánimo de amar", aunque algo debe haber. Ellos hablan de "chasiretes" como Robert Franck, Saúl Leiter, Ruth Orkin y Vivian Maier, que dejaron instantáneas de tantos rincones y seres anónimos de aquel tiempo, y de una película: "Breve encuentro", de David Lean. Que describe un amor hétero, pero el sentimiento es el mismo. Y el resultado es hermoso.
Advertencia final: conviene ver esta película en el cine. Está rodada en Super 16 por un maestro del fílmico, y se nota. Las copias digitales de los manteros, e incluso las copias legales, carecen de esa belleza.