CAROL Y THERESE
Carol es ante todo un melodrama clásico; clasificación genérica que hoy en día parece carecer de prestigio en un mundo cada vez más afanado a la producción de excentricidades visuales, despliegues técnicos y relatos quebradizos que suelen perderse en estos laberintos formales. Sin embargo, la última de Haynes (basada en la novela Carol/The Price of Salt, de Patricia Highsmith) demuestra que en el auge del 2015 lo que aún emociona y trasciende es aquella vieja estructura en la que dos personajes luchan ante las adversidades de la época, contexto social, y/o enfermedad para llevar adelante su “amor prohibido”.
Desde el minuto cero, el filme comienza con un contundente mensaje: sobre el plano detalle del complejo entramado de una rejilla se sobreimprime el título de la película que no es ni más ni menos que el de la protagonista, una mujer casada que vive atrapada tras los muros de su fortaleza burguesa: una hija producto de un matrimonio en decadencia y un contexto social que oprime no sólo sus labores cotidianas sino también sus sentimientos, esos que la alejan de su zona de confort para llevarla a explorar el peligroso camino de dejarse llevar por lo que dicta el corazón.
Carol (la bellísima y talentosa Cate Blanchet) representa el arquetipo femenino de los años cincuenta, una figura que realza su figura de reloj de arena, la falda bajo la rodilla, el cabello corto con profundas ondas sobre la nuca, un pañuelo de seda sobre la cabeza y las infaltables gafas oscuras. Además está casada y goza de los privilegios materiales de su status social y una hermosa hija, pero todas estas riquezas no logran calmar su rugido interno, el cual la lleva a vivir alejada sentimentalmente de su marido para salir a tener aventuras amorosas con otras mujeres. Es aquí donde está planteado el nudo central de este melodrama, porque allá por los ’50 un homosexual era considerado un enfermo que había que curar (o más cruelmente domesticar), un individuo que había que extirpar de la sociedad para que no “contagie” al entorno ni se exhiba en espacios públicos, entre otros pensamientos aberrantes. Entonces, ¿cómo conciliar los sentimientos con el contexto social?
Es difícil la tarea de Carol, pero es Haynnes quien ayuda a su propia protagonista a transitar este sendero resbaladizo y sinuoso cuando la ubica dentro de una estructura de guión clásica. Es la seguridad del género la que le brinda a Carol la confianza que, si bien es extradiegética, funciona como ancla en esta historia de pasiones. Y como bien dicta la regla, Carol conocerá a Therese (la versátil Rooney Mara) en una juguetería en las vísperas de navidad. Entre la multitud cruzarán sus miradas y eso bastará para que los personajes se enamoren y el filme se repliegue de forma inteligente continuamente sobre los bellísimos primeros planos de estas dos actrices con letras mayúsculas.
Carol está atrapada en un virtual encierro social mientras que Therese trabaja, vive sola y se dedica a la fotografía de modo amateur. Es este juego de oposiciones el que llevará adelante la atrapante trama argumental, que en la segunda mitad del film regala un erótico viaje a través de las rutas estadounidenses, en donde las dos mujeres harán realidad sus deseos más viscerales pero también pondrán en riesgo su corazones cuando descubran que la ilusión no puede durar para siempre.
El tratamiento visual de Carol es exquisito, sutil y atractivo. Filmada en 16mm y luego pasada a los nostálgicos 35, la película tiene un “gustito” extra que engalana la trama pero también su escenario. Rodada en Cincinatti, los años cincuenta se reviven a la perfección. La profundidad de campo que el fílmico le otorga a la imagen habilita a Haynes a pensar una puesta en escena donde la composición se genera por capas. Tanto los rostros de las personas como los travellings intimistas que ubican al espectador-vouyer siempre tras la seguridad furtiva de un ventanal, puerta o columna generan algo más que puro placer visual. Es también, la textura de su formato analógico el que completa el filme con hermosos desenfoques y flares sobre los rostros de las actrices haciendo de Carol una joyita imperdible.
Por Paula Caffaro
@paula_caffaro