El poder de la sutileza.
En una gran tienda durante la época navideña, allá por los años cincuenta, Carol -interpretada por una sublime Cate Blanchett- divisa del otro lado de la habitación a Therese (Rooney Mara), una de las tantas empleadas obligadas a usar un gorro rojo y blanco por las fiestas. Todo está servido como para que esta sea otra escena de “amor a primera vista”, y efectivamente lo es. Pero mientras Carol se aleja del mostrador, se da vuelta, y con una sonrisa de lo más pícara le suspira a Therese desde lejos “Me gusta el gorro”. Y así de fácil, Carol enamora no solo a Therese, sino más bien a toda una audiencia.
Carol cuenta la historia de una mujer de clase alta pronta a divorciarse de su marido, con quien tiene una hija a quien adora por sobre todas las cosas. Se dedica, pareciera, a ser justamente una mujer de clase alta, con toda la clase y la fineza que eso implica. Therese, por otro lado, es mucho más joven que ella, y se encuentra en una relación que está en pañales pero que aún así es lo suficientemente grande como para asfixiarla. Entre medio de conflictos legales por la tenencia de la hija de Carol y de la insatisfacción que irrita diariamente a Therese, se conocen. Se encuentran en un restaurant. Se gustan. Se fugan hacia la costa oeste, en un intento de dejar todo aquello que no sea la otra atrás.
Ahora bien, si esta premisa suena demasiado simple es porque lo es. Este es, de hecho, un gran logro en una película como Carol, ambientada en una época donde la homosexualidad representaba un claro conflicto moral. Pero Carol -tanto la película como el personaje- van más allá de los tabúes de la época. Y es que Haynes logra un equilibro perfecto entre contar una historia donde el ser lesbianas claramente posiciona a estas mujeres en una situación conflictiva, pero aún así no es lo que define ni a ellas ni a su relación. Es refrescante ver que ante una sociedad que lo condena a gritos, Carol le pregunta a Therese si quiere irse de viaje con ella, así sin más, y Therese contesta “Sí, me gustaría”, así sin más. El conflicto está en la mirada retrógrada de los otros y no en la seguridad que tienen ellas sobre quiénes son y qué es lo que quieren, lo cual habilita que la historia de amor entre ellas se presente como tal: como una simple historia de amor entre dos personas que se atraen inmensamente.
El otro gran atributo de la película yace en esa inmensidad. Volviendo a la escena mencionada previamente, lo maravilloso del cumplido de Carol sobre un ridículo gorro navideño es la sensualidad que encierra. Ella y Therese se irán de viaje juntas, finalmente se besarán y tendrán sexo y aún así, es posible que un “Me gusta tu gorro” sea más apasionado que todo eso junto. Lo brillante de Carol es, precisamente, la sutileza con la que es llevada a cabo. La tensión entre Carol y Therese se sostiene en aquello que ambas saben pero que no ponen en palabras, en ese juego de seducción que ambas llevan tan bien. En esta etapa tan íntima y primitiva de pura atracción, no podría importar menos que sean dos mujeres y esa es, de por sí, la forma más revolucionaria y atinada de retratar una relación.
Carol se sostiene, así, mediante las sutilezas. No es casualidad que Therese vea a Carol fragmentada de a momentos, y que Carol se nos aparezca así en planos detalle de un guante que se desliza por una mano, unos dedos tocando un abrigo, un sombrero sobre su pelo. Nada está hecho a las apuradas, y todo en este relato se nos presenta con la delicadeza que merece. Así, la historia de Carol acaba teniendo tanta clase como su propio personaje.