La vuelta del patito feo
A casi 40 años (se cumplen en 2016) de la legendaria obra de Brian De Palma, acaba de aparecer una remake protagonizada por Julianne Moore y la adolescente Chloë Grace Moretz.
El primero de los interrogantes resulta obvio, y se relaciona con la necesidad de concebir una nueva versión del gran film de Brian De Palma, basado en un discreto libro de Stephen King, realizado en 1976.
El segundo intríngulis es más complejo, y se manifiesta desde qué lugar se ubica la remake de Kimberly Peirce (Los chicos también lloran) en cuanto a pretensiones temáticas y formales. Si hacer una parodia, una versión teen para las nuevas generaciones, una fotocopia color de características inútiles como fue Psicosis de Gus Van Sant, si adaptar aquella historia de hace casi 40 años a la moda light estilo Crepúsculo... en fin, varias eran las posibilidades. Descartada la parodia –por suerte–, la nueva Carrie reúne elementos de los otros tres ítems, pero la historia es tan potente y atractiva que convierte a la remake en un film pasable, nada original, pero digno de disfrutar en su algo más de hora y media.
Carrie es la adolescente y buena actriz Chloë Grace Moretz (la niña vampiro de la versión estadounidense de Let the Right One In) y la sórdida mamá fanática del rezo y la religión es Julianne Moore, garantía de buena labor se trate de cualquier película. La historia, como se dijo, es la misma que interpretaron Sissy Spacek y Pipier Laurie: el inicio del film con la menstruación que aterra a Carrie, los rezos de la madre, el maltrato a la nena en el colegio, el chico lindo que la atrae, la farsa del baile, el balde con sangre de cerdo derramada en el vestido de fiesta de la protagonista, el aquelarre del final donde se hace justicia contra las chicas malas, los profesores que se mofaron de ella y el aprovechamiento integral de los poderes telequinéticos.
Pasó mucha sangre desde aquel De Palma, y el convite de una remake causaba temor previo, más aun cuando se recuerda la espantosa segunda parte de décadas atrás. Pero la nueva Carrie tiene su mirada propia y sus propios elementos de puesta en escena, algunos que dan en el centro y otros que parecen gratuitos, por ejemplo, cuando se refiere a la tipología del personaje central, acaso menos vengativo y siniestro que el patito feo del gran Brian.
Sin embargo, como también ocurría en la versión setentista, el duelo actoral entre las dos mujeres termina siendo lo mejor de esta nueva Carrie. Allí, Julianne Moore se corporiza en la santa y pura madre de la adolescente, con su pelo revuelto, sus arrugas y su biblia siempre en mano. Allí, la sufrida y nueva Carrie, valiéndose de ese rostro ingenuo constituido por el qué dirán, encuentra un mismo punto de equilibrio con aquel que personificara la estupenda Sissy Spacek. Carrie versión nuevo siglo no hará historia pero está años luz de otras remakes. Eso sí, quien aun no vio la versión original, ¿qué está esperando para verla?