La película de Brian De Palma de 1976 es una obra maestra solo rechazada por quienes desconocen el cine. Como dijo alguna vez el gran crítico Ángel Faretta, más que un film de terror es el último gran melodrama, y es cierto: el amor imposible, el rechazo social, la compleja tensión familiar y el estilo colorido y desmelenado son sus ingredientes. Kimberley Pierce es una buena cineasta, y cabía esperar de ella una re-versión del texto que lanzó a la fama a Stephen King. Pierce había logrado un gran melodrama femenino con “Los muchachos no lloran”, y si bien ha tenido altibajos, es una cineasta coherente con sus principios. Pero tanto respecto de la obra de la directora como respecto del peso del enorme antecedente, esta “Carrie”, con las excelentes Julianne Moore y Chloe Moretz, queda a mitad de camino. Pierce pone el acento en el peso de la represión y de la mirada de los otros contra la mujer, y el despertar de Carrie es ni más ni menos la liberación de pulsiones, mucho más que el estallido moral –y político– del film original. El problema de Pierce reside en que no termina de crear un mundo totalmente propio, de apropiarse del cuento. Allí es donde la película decepciona, incluso si tiene momentos que rozan lo brillante. Hay algo más con Chloe Moretz: siempre vemos una adolescente bella “afeada” para la película –es decir, se nota el artificio–, y eso, una falla técnica, termina afectando la potencia dramática. Con sus peros, de todas formas, una versión interesante.