Fuera de los indudables valores que tiene la empresa de animación fílmica Pixar y fundamentalmente su mentor -y realizador de buena parte de los films del estudio- John Lasseter, Cars no ha sido de lo mejor que ha llevado adelante. Más allá que el género implique animales y objetos que hablan y actúan como humanos, en la primera pieza había que tener mucha fuerza de voluntad para aceptar un mundo dominado por autos parlantes, autocomandados y autosuficientes, valga la redundancia. La no existencia de criaturas antropomorfas en esta ya definida saga se podría atribuir a una búsqueda de la productora de despegarse del concepto de Toy Story –obra capital del estudio-, es decir, objetos inanimados que cobran vida cuando las personas dejan de prestarles atención. Idea que hace poco recicló la igualmente estupenda Gnomeo y Julieta.
De todos modos chicos de todo el mundo han disfrutado del producto, y seguramente lo propio ocurrirá con esta secuela, destinada a niños de 7 para arriba. En este caso hasta aviones, navíos y otros objetos motorizados tendrán vida propia, en una historia que muestra inicialmente a personajes ya conocidos rumbo a un Grand Prix que propondrá peripecias con una impronta de espionaje internacional, en la que participan una suerte de auto 007 y una sexy modelo femenina, entre otros nuevos roles. Una vuelta de tuerca interesante pero forzada, mientras que las escenas de carreras recuerdan la parafernalia visual de los hermanos Wachowski en su recreación de Meteoro. Claro que la factura formal de Cars 2 tiene momentos magníficos, entre atrayentes diseños y meticulosos detalles, pero el film en su totalidad está lejos de esos toques a lo James Bond que aparecen en Los increíbles, y ni hablar de otras genialidades que Pixar ha puesto en juego en films como Ratatouille, WALL-E, Buscando a Nemo o Up.