Curva peligrosa
En los últimos días arreciaron las voces en contra de esta continuación de Cars: que Pixar había hecho lo mismo que el resto de los estudios animados (reciclar una secuela con “piloto automático”), que Lasseter y compañía habían relegado la magia y el lirismo en pos de un cine convencional (léase ruido, vértigo y confusión) y varios cuestionamientos más.
Como fan confeso de la producción de Pixar, admito que Cars 2 queda -en la comparación- bastante lejos de las cimas alcanzadas por la trilogía de Toy Story, Ratatouille o WALL-E (¿alguna vez alguien podrán repetir semejante nivel de creatividad, belleza, emoción y elegancia?), pero estas nuevas aventuras del Rayo McQueen y Mate siguen estando bastante por encima de la media del mercado de animación (este año, de todas maneras, me quedo con el notable western Rango, de Gore Verbinsky).
A cinco años del film original, los personajes abandonan el pueblo de Radiador Springs (y los Estados Unidos) para embarcarse en una historia bastante más compleja, ambiciosa (y, sobre todo, internacional) ambientada en Tokio, París, Londres y la Riviera italiana que incluye una trama de espías a-lo-James Bond (aparecen en escena un neo 007 llamado Finn McMissile cuya voz en la versión original pertenece a Michael Caine y la sexy Holly Shiftwell de Emily Mortimer) y un World Grand Prix organizado por un magnate petrolero (Eddie Izzard) en el que el Rayo se topará con un excéntrico rival italiano (John Turturro) y con una oscura organización que nada tiene que envidiarle a Kaos del Súper Agente 86.
Los problemas de Cars 2 son varios: por un lado, le cede demasiado protagonismo a Mate, un antihéroe tan recargado en su torpeza (y su suerte) que termina por abrumar un poco y, efectivamente, la acumulación de subtramas, personajes y locaciones distancia al espectador de ese toque Pixar (ingenio + sensibilidad). De todas formas, esta secuela sigue siendo una experiencia disfrutable y de indudable belleza (que el 3D esta vez no realza demasiado), en la que Lasseter ratifica su amor por los autos y esa inagotable imaginería visual (y cuidado por el más mínimo detalle) que sus colaboradores luego traducen en formas, color y movimiento.
Cars 2, quedó dicho, no es una obra maestra y -para los excelsos cánones de Pixar- hasta puede ser catalogada como una pequeña decepción. Pero, así y todo, sigue siendo cine del bueno, un entretenimiento noble y genuino, una película con el sello de esa troupe liderada por un inmenso artista como John Lasseter.
Nota: Antes de Cars 2 se exhibe Vacaciones en Hawai, corto ligado a la saga de Toy Story (con los populares personajes tratando de ayudar a Barbie y a Ken a disfrutar de una estadía romántica en condiciones -artificiales- que se asemejen a las de la paradisíaca zona del título). No está nada mal, pero tampoco está a la altura de la trilogía de largometrajes.