La gran pena del año. No porque se trate de una “mala” película: sería mucho –demasiado– decir que es “mala”. Es más bien irrelevante, de buen ver, agradable, pero no comparte con el resto de la escudería Pixar eso de salir del cine y seguir pensando en el film, en su mundo y en el nuestro. No: a diferencia de la extraordinaria “Toy Story 3” o de esas obras maestras totales que son “Los Increíbles” y “Ratatouille”, no se trata de un film de fantasía para todo el público posible (niños incluidos), sino de un film para niños que no aburre a los padres mientras lo ven. Una notable primera secuencia de acción que parodia/homenajea los films de James Bond, algunos momentos de las carreras –donde el artilugio del 3D rinde frutos, así como en la cantidad inmensa de detalles de cada uno de sus escenarios– y dos o tres gags inspirados son lo único verdaderamente notable. El resto es una historia que podría contarse en pocos minutos, secuencias de acción diseñadas solo para mostrar lo que puede hacer la computadora (algo que Pixar demostró hace una década y media) y autitos listos para ser adquiridos en su juguetería amiga, además de un alegato un poco tontón sobre la amistad (muy, muy lejos de los chiches a punto de morir y agarrados de las manos de la última “Toy Story”) y, con calzador, un discurso ecológico. A los chicos (sobre todo a los más chicos) les va a encantar. Y usted será feliz de verlos felices mientras olvida, suavemente, la película.