El tiempo pasa hasta para el Rayo McQueen, que debe buscar un nuevo camino
La saga de Cars es una de las menos prestigiosas de Pixar, pero al mismo tiempo una de las más queridas por los niños (sobre todo, claro, los varones) y un inmenso éxito no sólo en salas, sino también en cuanto al merchandising. Comparada con la audacia y sofisticación de WALL-E, la historia del Rayo McQueen en el mundo de las carreras y su mirada a ese Estados Unidos profundo con el pueblo de Radiador Springs como epicentro pueden resultar algo convencionales, pero -incluso con sus desniveles y limitaciones- la franquicia nunca perdió su excelencia en términos de animación. Y esta tercera entrega, además, recupera la sensiblidad y la solidez que la segunda parte había perdido en su caótica vuelta por el mundo.
En Cars 3 el conflicto principal pasa por un cambio de paradigma a partir de la aplicación de las nuevas tecnologías en el universo del automovilismo. Frente a la irrupción de jóvenes competidores como Jackson Storm, el Rayo empieza a perder no sólo las carreras, sino también el prestigio y, desde los medios de comunicación hasta los sponsors, muchos empiezan a insistir con la inminencia de su retiro. Pero el protagonista no bajará los brazos tan fácilmente: intentará primero entrenar en modernos simuladores con resultados desastrosos, luego regresará a su pueblo para reencontrarse con la grúa Mate y su amada Sally, y finalmente apelará a un entrenamiento tradicional con esas guías morales que le supo inculcar el viejo campeón Doc Hudson.
Sin embargo, el eje narrativo de Cars 3 no es tanto la disputa de la Copa Pistón como la transmisión de conocimientos y experiencias de una generación a otra. Así como antes lo hiciera Doc con el Rayo, ahora será éste quien se convertirá en el mentor de un nuevo personaje llamado Cruz Ramírez, una entrenadora que nunca se animó a competir con su auto amarillo, pero que no tardará en demostrar sus habilidades sobre la pista.
Las analogías con la saga de Rocky (especialmente con la tercera película) son bastante evidentes, pero Brian Fee, en su primer film como realizador, aunque con amplia experiencia previa en Pixar y aportes directos en las dos anteriores entregas, construye una narración que nada tiene que envidiarle a su maestro John Lasseter, quien fuera responsable de los primeros dos largometrajes de esta popular y querible saga.