Siguiente oda sobre el amor verdadero
Gary Winick es el almibarado realizador de comedias románticas que dirigió las historias de romance anacrónico Tadpole (2002) y Como si tuviera 30 (13 Going on 30, 2004), y la mal recibida Guerra de novias (Bride Wars, 2009). La vieja cadena de montaje nos trae ahora Cartas a Julieta (Letters to Juliet, 2010) otra historia de amor -más romántica que cómica- madura y no por ello menos melosa.
Sophie (Amanda Seyfried) y su prometido Victor (Gael García Bernal) se hayan de turismo en Verona. Sophie, aburrida y con ínfulas de escritora, responde una de esas “cartas a Julieta”, ruegos de amor imposible que mujeres de todo el mundo dejan al pie del balcón de la Julieta de Shakespeare. No es cualquier carta; esta lleva esperando 50 años. La remitente es la inglesa Claire (Vanessa Redgrave), enviudada; la acompaña su nieto Charlie (Chris Egan). Dispuesta a seguir los consejos de Sophie, abuela, nieto y celestina emprenden viaje en busca del tal Lorenzo Bartolini (Franco Nero, pareja real de Redgrave).
La película deviene en road movie. Ocurre que hay muchos Lorenzo Bartolinis, así que hay que ir descartando. Con todas las viejas recetas del amor seguimos a Sophie y Victor, a Sophie y Charlie, a Claire y Lorenzo. Las aristas de una trama harto conocida y difícil de digerir (sazonado con el más empalagoso diálogo) se ven suavizadas por la eterna presencia de una Italia rural capturada en momentos de dorado esplendor y la calidad de marca en la actuación de Redgrave y sus ojazos.
Todos deberíamos visitar un viñedo en alguna época crítica de nuestras vidas. Parece que a los personajes que lo hacen les trae paz interior y oportunidad de reflexiones. Pienso en los fracasados de Entre copas (Sideways, 2004) y el frívolo millonario de Un buen año (A Good Year, 2006). Cartas a Julieta logra captar la armonía de un pueblo sencillo y complacido de la vida, desde la laberíntica Verona hasta los campos impresionistas de Toscana.
Amanda Seyfried vende el modelo de chica enamorada sin mucho esfuerzo. Con actuación y fotografía en su espina dorsal y un guión mediocre engrillando a sus pies, la película se transforma en una experiencia agradable, predecible y sí, hecha para mujeres. Y si no se tiene ni la paciencia ni los ovarios, siempre nos podemos dejar hipnotizar por Toscana o Amanda Seyfried.