Acto de fe
Cartas a Julieta es una película rosa por donde se la mire. Es abúlico el afiche, irritante el tráiler y ñoña la idea del amor que plantea (o al menos eso dicen las malas lenguas). Sin embargo todo esto, que podría ahuyentar al romántico más empedernido, termina enamorando al escéptico más apático. Porque hay algo en Cartas a Julieta que hace creer en lo que cuenta, y es el arte de saber contar.
Desde los créditos la película ya se diferencia de las típicas comedias románticas. No hay acá ningún plano cenital mostrando una vista aérea de Nueva york, no hay banalidades sobre la vida moderna de chicas que en el apogeo de su vida profesional no pueden encontrar el amor. Esta es una película sobre el amor, así que los créditos nos lo muestran a través del tiempo, en pinturas renacentistas de jóvenes enamorados, fotos en blanco y negro de parejas, besos y demás.
Sophie (Amanda Seyfried) deambula sola por Verona en lo que supuestamente sería su pre luna de miel, mientras su novio (Gael García Bernal –ay Gael si no fueras tan lindo…) a punto de abrir un restaurante en Nueva York anda corriendo de un lado a otro en pos de vinos y hongos y la deja a la deriva. Así es como por esas casualidades del cine ella termina conociendo a unas mujeres que se hacen llamar Las secretarias de Julieta, y que se ocupan de contestar las cartas que las mujeres de todo el mundo dejan en la casa de la eterna adolescente enamorada. Sophie quiere ser periodista y su olfato le indica que acá hay una historia para contar, así que las acompaña en su labor, con tanta buena fortuna que encuentra una carta escrita hace cincuenta años por una chica inglesa enamorada de un italiano que se encontraba desesperada y sin saber qué hacer ante la inminencia de su regreso a Inglaterra. Nuestra heroína contesta la carta, y al poco tiempo la mujer llega a Verona acompañada por su nieto en vistas de recuperar su viejo amor. El nieto, inglés y ácido, rechaza la candidez de Sophie, y ya nos podemos imaginar el resto.
Pero reducir Cartas a Julieta a contar su argumento es casi casi una estafa, porque como dicen esas frases cursis de las calcomanías de los autos, acá lo importante es el camino. Acompañarlos a los tres en la búsqueda del antiguo amor de Claire (la bella Vanesa Redgrave) por toda Toscana, es sencillamente hermoso. Lo bello del recorrido no consiste sólo en disfrutar del paisaje, sino también en la sutileza del director para mostrar el amor que va creciendo entre ellos: de Claire hacia Sophie como una abuela a una nieta, y el amor romántico entre los chicos. No importa tanto lo que los personajes digan, ya sea que se juren odio o amor eterno, sino lo que sus cuerpos hacen, aunque no sea más que enchastrarse con helado o mirar de reojo el cuerpo medio desnudo del otro y sonrojarse.
Y es que el amor en el cine es fácil y eso lo sabemos desde el cine clásico. Basta con ver dos escenas de La adorable revoltosa para saber que, por más que Katherine Hepburn le arruine la vida al paleontólogo interpretado por Cary Grant, él va a correr atrás de un perro y a usar una bata ridícula sin ningún reparo para seguirle la corriente a su amada hasta el final. De la misma forma acá sabemos que Sophie ve más allá de la presunta hostilidad de Charlie (el nieto de Claire) solo con contemplar sus grandes ojos vidriosos cuando buscan la complicidad del arisco inglés a través de un espejo retrovisor.
Cartas a Julieta es una película sobre el amor, sobre lo que sabemos de él a través de lo que nos contaron y también de sus representaciones, ya sea a través de la pintura, de una obra de teatro, de una comedia romántica o de un melodrama. Por eso vemos a las mujeres llevarle cartas a la heroína de Shakespeare, porque para ellas no es sólo un personaje literario. Recurrir a la heroína trágica es un acto de fe. También lo es entregarse a esta película, y les aseguro que conozco a varios ateos del romance que se convirtieron.