Una de las fortalezas que tiene el primer largometraje de ficción de Emiliano Serra, es que invita a tener en cuenta aquellas películas argentinas que centran su historia en los años 90. Sacando algunos documentales, la ficción argentina no se ocupó todavía lo suficiente de aquella deblace del neoliberalismo, y tal vez Cartero tiene más similitud con: A la Cantábrica (Ezequiel Erriquez, 2013) que sigue la historia de cuatros niños a traves de su pasaje hacia la adolescencia, un film interesante poco tenido en cuenta. La màs reciente Las buenas intenciones que està circulando por festivales internacionales y se estrena en Argentina en el marco del Festival de Mar del Plata tal vez sea una señal de este saludable revisionismo hacia una época que linkea con ésta de fines de la década del 10, por el contexto económico y político, pero además por esa dimensión moral putrefacta que tiene su momento final en el 2001.
Es muy claro y muy obvia la relación entre los años 90 y la crisis que Cartero plantea, pero vale la pena ingresar. Es verdad que si se lo hace de forma desprevenida podría tratarse de los albores del 2001: es que la tensión que el guión de Serra tiene por debajo de lo que explicita produce una espera de algo que no se sabe muy bien qué es.
El espectador mira con los ojos de ese joven, del que la cámara de Manuel Rebella difícilmente se separa, que tiene su primer empleo formal nada menos que en el Correo Argentino: su ilusión y su desencanto serán las dos caras de la misma cosa. A eso se irá entrando en una morosa presentación de situaciones, en el choque con los mayores, en algunas atisbos de corrupción que la historia sugiere de forma interesante, la corrupción de aquellos que son víctimas de una corrupción mayor.
Antes de la tecnología, del whatsapp, del pensar colectivamente, este Hernán Sosa podría ser un chico Rappi o call center, precarizado en modo sálvese quién pueda que también forma parte del espíritu de época.