Mr. Postman
Cartero (2019), dirigido por Emiliano Serra, es un drama ambientado en los años 90 que mezcla cierto margen de documental urbano y otro mucho más oscuro y melancólico propio de la ficción misma, con todos sus gestos y referencias cinematográficas. De igual forma posee tintes literarios con una historia de aires kafkianos y un final de Dickens. Dentro de todo se encuentra su propia voz a través de un personaje solitario que se encumbra hacia la nueva era del siglo XX.
Hernán Sosa (Tomás Raimondi) es un muchacho oriundo de Los Tordillos, provincia de Buenos Aires. Está en Capital Federal-Buenos Aires y consigue el trabajo de cartero. En realidad, es la historia del muchacho que consigue su primer empleo mientras estudia y así va ganándose la vida. Pero ahí conoce a Sánchez (Germán de Silva) que le introduce en el mundo desconocido y rutinario de los carteros. Hernán se adentra con alegría y, en su forma silenciosa, descubrirá que también hay códigos, elementos burocráticos y comportamientos que encierran un juego propio de todo sistema laboral. No obstante, Hernán tiene sus propios secretos que lo empujan hacia adelante hasta descubrir su propio crecimiento.
Es interesante encontrarse con un film adaptado en una era ya lejana para el espectador. Sin celular, sin lo efímero de las noticias, nada del trajín de la comunicación y con una convulsión diferente a la actual. Hay un aire fantasmal que nos recuerda a las películas de Krzysztof Kieslowski, con una textura de aquellos emblemáticos films de los años 90, con la cámara en mano y que siguen a su personaje por una realidad ajena. Y es que Cartero también se puede ver como un documental sobre el mundo “desaparecido” de los carteros. Con su propia oscuridad inentendible, la de un trabajo que tenía el valor que hoy ya casi ha perdido con el surgimiento del Internet. Entonces la película consigue hacer una mirada de un oficio perdido y que tenía en sus manos las vías de la comunicación Y ahí vuelve a conectarse con Kieslowski (quien también fue un gran documentalista): la comunicación es un ente que hace a los personajes movilizarse a tomar decisiones. Hernán lleva a cabo sus decisiones por una mujer y el no poder hablarle verbalmente lo empuja al mundo escrito.
Así mismo es una película sobre la ciudad. Buenos Aires queda de fondo y fuera de foco en un esbozo de sombras y grandes edificios, puertas, bares con personajes extraños sin rostro. Todo difuminado, siempre desde la mirada de Hernán como testigo privilegiado. Una técnica que nunca falla para atrapar al espectador. Y ahí empiezan las referencias a películas como Biutiful (2010) o cualquiera de Jim Jarmusch, donde los protagonistas quedan pegados a una ciudad oscura y desconocida que parece consumirlos y a la vez hacerlos crecer.
Desde luego que sus virtudes también podrían jugarle en contra porque la imagen del joven Travis Bickle que entra en un rubro desconocido, dejan escenas que al priorizar su papel de testigo no hacen que se trasforme en sí (recién hacia el final). Es cierto que es lejana la idea de caer en el personaje de Taxi Driver (1976) así como no hacer un cliché del sufrimiento laboral, pero es un punto que deja que pensar. No obstante, lo mejor es que es concreta y emotiva: Al final Hernán es como un personaje de las novelas de Kafka, donde no importa su pasado, salvo detalles puntuales. Un presente donde pasan cosas que no entiende y así descubre que el sistema camina solo y obtiene golpes y heridas que parecen venir de la nada e igualmente llegan. Claro que también hay ternura y detalles de comedia negra y filmnoir, hasta la escena final de un tono a lo Dickens con su novela “Grandes esperanzas”, donde una historia de amor empuja la narración.