La cámara sigue de cerca a Hernán Sosa (Tomás Raimondi) en su entrada a un mundo nuevo. Estamos en los años 90 y el correo se convierte en el retrato de una Argentina que se transforma bajo el imperio de la flexibilización económica y los masivos despidos. El oficio de cartero, casi como síntoma de una agonía, le brinda al joven Sosa el secreto pulso de las calles, ese que descubre mientras sube por Tucumán y baja por Viamonte repartiendo sobres y telegramas.
El director Emiliano Serra conjuga su experiencia personal en la construcción de un personaje que experimenta la ciudad con fascinación y extrañeza. Y es en ese retrato tan íntimo que encuentra un hallazgo: el vínculo entre Hernán y su inesperado mentor, el veterano Sánchez (Germán Da Silva), conocedor de las trampas del oficio, de los vericuetos de ese mundo en extinción.
Pese a cierta dispersión que empantana a la película hacia el final, en la que algunas escenas se intuyen como fruto de un anecdotario antes que necesarias para la solidez narrativa, el fresco de Serra consigue hacer presente aquella ciudad ajena y convulsa a través de los ojos de Hernán, cuyo pueblo natal late con su calidez en un rincón de la memoria.
Casi sin quererlo, el Sánchez de Germán Da Silva es el mejor termómetro de aquella época de crisis, consciente de su recorrido moral fronterizo entre la traición y la supervivencia. Sus apariciones dotan a la película de profundidad y precisión, el mejor prisma para avistar un tiempo cuyos ecos siguen presentes.